Resalta el hecho, y es fundamental dese el punto de vista interpretativo, de que CAMINO está escrito en segunda persona. Escrivá toma la posición del “yo” y coloca al lector en la del “tú”. Se trata de un libro destinado a “santificar” a los lectores (las comillas indican textos del mismo libro y la respectiva numeración de los “consejos” o “máximas” de Escrivá), siempre que exista “mucha obediencia al director y mucha docilidad a la gracia” (56) y a la “voluntad de Dios” (59). La postura del emisor, en este caso del santo, es de superioridad sobre el receptor o lector; más aún, de inefabilidad, ya que el maestro no se equivoca: “Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente; los seglares sólo pueden ser discípulos” (61). Es obvio que al hablar de “voluntad de Dios”, es él mismo el que la trasmite y la conoce supuestamente de fuente directa. Es sabido que un miembro de la Opus no puede ni siquiera leer un libro sin consentimiento del director espiritual (339).

Afirma que “Amar a Dios y no venerar al Sacerdote… no es posible” (74). Son, pues, los detentadores de la moral y de la verdad, directos agentes de Dios, sus apoderados generales en la tierra. “El sacerdote es, quien sea, siempre otro Cristo” (66, 67). “Si no tienes veneración suma por el estado sacerdotal…” (526). El sacerdote es, por tanto, otro Dios, que es, como tal, considerado espíritu, un ser al que nadie ha visto y en quien se cree firmemente —asunto que merece total respecto y comprensión desde un punto de vista humano y de evolución de la humanidad—, pero no podría contradecir las opiniones del santo Josemaría.  La Opus Dei debe ser la única organización dentro de la Iglesia —a más de ésta como tal— que se considerada creada directamente por el mismo Dios. Ser dueño de Dios produce enormes ventajas; más que ser propietario de un banco. Y mientras más deshumanizado sea ese Dios (a pesar del dogma del Cristo-Hombre), mientras más alto se halle, tanto mejor, más se puede manipularlo.

Llama también la atención en CAMINO el uso repetitivo y permanente de calificativos. Se cuentan no menos de cien expresiones, todas diferentes, insultantes y denigrantes para el ser humano, tales como sucio, cobarde, inútil, bestia, despreciable, basura, mujerzuela, egoísta, niñoide, cuco, soplón, miserable, indigno, pelele, falsario, cruel, bajo, inicuo, podrido, vago, pervertido, maldito, carroña, inmundo, sacrílego, mediocre, oliscón, chabacano, perro faldero, calculador, falsario, ridículo, necio, pícaro, torpe, etcétera. El capítulo “Humildad” (589 a 613) repugna al sentido común y a la dignidad del ser humano, y contrasta con el exagerado culto a la persona de Escrivá existente en la Opus, aun antes de su elevación a los altares. En este capítulo se usan los términos “depósito de basura”, “cacharro de los desperdicios”, deberías estar (el infeliz lector de CAMINO) “de continuo con la boca en tierra (…) como un gusano sucio, feo y despreciable”. Sólo un análisis profundo pudiera tratar de encontrar, investigando en la vida de Escrivá, especialmente en su infancia y juventud, sobre las cuales no se habla, ese desprecio tan brutal al ser humano que, sin duda, comienza porque no se aceptaba a sí mismo.

Tomando como referencia solamente algunos aspectos, aquellos de mayor interés para la persona o para la colectividad, veamos qué piensa Escrivá del amor, de la sexualidad, de la mujer, del respeto y solidaridad humanos, de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad.

Su actitud ante el amor es muy curiosa. Él escribe con mayúsculas el “Amor” a Dios, y muy pocas ocasiones se refiere al “amor” humano. El fenómeno amoroso es el mismo en esencia para todos los objetos amados, pero Escrivá dice: “No hay más amor que el Amor” (417). “El Amor… ¡bien vale un amor!” (171). “No pongas tus amores aquí abajo…son amores egoístas…los que amas se apartarán de ti con miedo y asco” (678) al momento de la muerte. “Tú, que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas” (165). Las mujeres y los maridos que aman respetan a sus parejas, a más de dormir juntos por años y hacer el amor, a más de sentirse felices, ¿qué piensan realmente de esta atrocidad? No precisa Escrivá a qué “bajezas” nos conduce “un amorcillo de la tierra”.

El tema del matrimonio es ilustrador. Para él, el matrimonio es “santo”, es “carga” y debe mediar el consejo del “director”, del “confesor” o “la lectura de un libro provechoso” (26). En otras palabras, el tipo se mete en la independencia familiar y hasta en la intimidad de la pareja. Ni siquiera menciona al mismo amor y a la sexualidad que son los pilares de la institución. “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo” (28), para los soldados rasos, incluyendo a las mujeres por supuesto como parte del pelotón. Y añade algo para mí inaceptable, degradante y torpe: “Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo de la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares”. Para Escrivá engendrar es un acto instintivo y animal, en el cual la “especie” prima sobre el “individuo”. Nada más inhumano y estúpido. Escrivá ha convertido el acto de amor más maravilloso entre los seres humano en una expresión de animalidad reproductiva, necesaria para mantener la especie. Nada más alejado de las más elementales normas de la sicología y de la experiencia individual e histórica. Solamente un enfermo moral o un loco pueden sostener opiniones semejantes.

Escrivá no usa la palabra “sexualidad” o “sexo”. Las evita, no las reconoce. Y cuando implícitamente se refiere a sexo y, en general, a los sentidos, usa estos términos: lodazal, charca, inmundo, lujurioso, falsario, cruel, poco viril, podredumbre, impuro, miseria (118 a 145), en contraposición a “santa pureza” que nadie sabe lo que quiere decir para el santo (o marqués si se desea), aunque la relaciona con la “pureza” del celibato sacerdotal (71). El celibato (aun si fuere observado en la práctica) en sí no es ni puro ni impuro. El Concilio Vaticano II no lo consideró un estado superior. No cabe duda de que el sexo es algo impuro para Escrivá. Lo sensual y la “carne” le son aborrecibles. Es tan insinuante y torcido que escribe: “Cuando te acontezca lo que yo y Dios sabemos”, di muchas veces la oración del “leprosito”. También: “Te prohíbo que pienses más eso” (261). ¿A qué se refiere? También habla de la “debilidad del salvaje que llevas adentro” (708). Según los sicoanalistas, la represión sexual es una de las bases del autoritarismo. El origen del odio a lo sexual por parte de Escrivá posiblemente tuvo condimentos íntimos muy profundos y definitivamente inconfesables, aunque no imposibles de detectar. Nunca se conocerán las particularidades sexuales de un individuo como él ni que le ocurrió en su vida. Sin duda, allí hay de todo… La revista Cambio 16 dice que tenía obsesión por el aseo y la pulcritud, que sus compañeros de colegio lo llamaban Rosa mística y que, acosado gentilmente en alguna ocasión por un grupo de señoritas (pues dicen que es era muy simpático y de mucho carisma), las llamó indignado “sinvergüenzas”. En general, casi no hay información sobre su infancia o adolescencia, ni sobre su ambiente familiar. 

Muchos sacerdotes católicos, doctores en moral, condenan la aversión hacia lo sexual por parte de la Iglesia. El teólogo Anthony Padovano enseña que “las relaciones humanas son las más importantes” para el cristianismo, “porque el amor es la norma de la comunidad y el sexo es la forma de buscar relaciones permanentes”. Este teólogo cree que el poder de la Iglesia y sus leyes sexuales esconden la llamada del Evangelio. Parte del poder de la Iglesia se basa en la represión sexual. Escrivá no sabe que la sexualidad es una potencia básicamente espiritual o psíquica que hace que nos relacionemos los unos con los otros. La sexualidad es además un camino hacia la propia individualización. Todo el capítulo CORAZON es revelador y llega a extremos infamantes. “Goces, placeres sensuales, satisfacción de apetitos… como una bestia, como un mulo, como un cerdo, como un gallo, como un toro…” (677). Los comentarios los dejo a los lectores, entre los cuales espero que haya un psiquiatra o un sicoanalista. En caso de duda, puede consultarse el librito.

(La parte 3 y final se publicará en la próxima edición).