Las protestas y los plantones ante una posible intervención en el Hotel Quito, patrimonio de la ciudad, ante las ideas de remodelarlo e inclusive de sustituirlo por una o dos torres, merecen algunas reflexiones. Construido en 1960, fue planificado por el arquitecto usamericano Charles F. Mac Hirahan, cuyos trabajos de estilo art-déco fueron premiados en Miami. El llamado paraboloide hiperbólico no se consideró en el proyecto original. Fue consecuencia de la tendencia, muy ecuatoriana, de añadir elementos extraños, artificiales, innecesarios, a parques, edificios, plazas y redondeles. Que opinen los entendidos, pero el paraboloide no pasaría de ser un alarde técnico que daña el conjunto y altera la visión del autor de la obra.
Antes de la venta del hotel a la empresa china, fue herido de muerte por el IESS, su anterior propietario, con autorización del Municipio de Quito en la época del alcalde Moncayo. Se destruyó el bloque norte que da a la Av. González Suárez, se amputó la “rítmica repetición de los grandes arcos de celosía estilizados y vidriados que alcanzan los dos pisos, donde se encuentra el vestíbulo del hotel con su característica escalera helicoidal central, que le sirve también como conjunto escultórico”. (He confundido el nombre del autor de la cita que sabrá disculparme). En forma criminal se “pegó” al hotel un armatoste de piedra, una especie de “bunker incaico”, el actual casino, para colmo con grandes vidrios y aluminio. Basta ver el emplasto que une la nueva edificación con la original. Basta mirar una fotografía original. Que se sepa, nadie se ha expresado sobre esta ofensa a la ciudad. El autor de esta nota lo hizo a través de una carta al alcalde y a concejales amigos.
El conjunto original es una expresión de la época y era —dejó de serlo— hermoso por la armonía de los cuatro bloques: de sur a norte, el bloque largo de habitaciones (cuatro pisos); la parte central (ocho pisos); la hilera de arcos; y la antigua zona de salones para recepciones antes del injerto. Los doce arcos se mantienen por el lado occidental. ¿Qué se trata de defender ahora? ¿De qué se protesta si el edificio está mutilado, desfigurado, cercenado en una tercera parte? Solamente aportes estatales, municipales y particulares hubieran permitido oportunamente restaurar el hotel a su estado original.
Los asuntos relacionados con los edificios patrimoniales y los conceptos de conservación, rehabilitación y reconstrucción son excesivamente complejos. Ante todo, se encuentran los elementos culturales, que deben estar firmemente enraizados, en el sentido de llevarlos con nosotros como comunidad, quererlos y sentirlos. Caso contrario son proclives a la colonización cultural, cosa que se ha dado mucho en nuestro medio. El “Quito viejo”, que no debía ser llamado “colonial” ni “histórico”, se salvó en gran parte. Con excepción de los monumentales conventos e iglesias, casi todo es republicano, con excepción de trece casas. El trazo a “cordel y regla” fue obra de Diego de Tapia, el primer “alcalde” de Quito y, según un cronista, “la traza en damero debió adaptarse a las irregularidades del terreno”. No obstante, se alteró ese trazo: la placita de la Mejía y García Moreno es un atentado, como fea y grosera es la parte posterior del convento de San Agustín. Derrocado el ex Registro Civil, no se pensó en una solución más “quiteña”, como la reconstrucción del antiguo muro de ladrillo del convento de San Agustín.
Si el petróleo hubiera llegado a comienzos de los cincuenta, quien sabe qué destino le esperaba al centro de Quito. Un ejemplo: el abandonado edificio de la “Sud América de Seguros” tiene “retiro”, lo que quiere decir que la idea era ensanchar las calles de Quito, destruyendo todo lo que estaba a su alcance. En el Centro se sustituyeron los adoquines por el pavimento. Reducir a polvo el edificio del Municipio de Quito, la antigua Casa de los Cabildos o Casa de las Juntas, no tiene perdón. Lo que se debió hacerse es reconstruirlo con otros criterios para el uso de los espacios, pero mantener el rostro de la ciudad. Felizmente, por falta de presupuesto, no se llegó a levantar un edificio de cristal de ocho pisos, presentado como proyecto, para que “refleje” la ciudad. De todos modos, acabaron con la Casa de los Geodésicos, con la Casa de la Inquisición, con la Casa de los Abogados para levantar el edificio Guerrero Mora; construyeron el esperpento del Teatro Atahualpa y la horrenda Casa López; acabaron con el Pasaje Amador; abatieron la hermosa Biblioteca Nacional. Reemplazaron con el Benalcázar 1000 una extraordinaria residencia, sede de la embajada española. La pared, ni siquiera de ladrillos sino de fachaleta, colocada en el Centro Cultural Metropolitano, fue un despropósito. Y, más al norte, bastarían dos ejemplos: el Palacio de Najas, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, fue “tapiado” por un cajón de cemento, y últimamente, en la Av. 12 de Octubre, es realmente fea la solución que se dio al llamado “Castillo Larrea”. En Guayaquil, basta con mencionar el “miamesco” Malecón 2000 que destruyó lo más hermoso de la ciudad: la unión de la urbe con una ría majestuosa, vinculación casi única en el mundo. Salvaron, hay que reconocer, Las Peñas. Sin duda se necesitaba y se requiere otro tipo de sociedad, una forma distinta de estructura social.
Acaso uno de los peores errores fue haber considerado que el Quito “moderno” se levantaría de San Blas hacia el norte, irrespetando lo que existía a fines de los cuarenta y cincuenta. Los edificios que se encuentran en San Blas, frente a la hermosa calle Caldas, son espantosos. Aún subsisten recuerdos nostálgicos y barrios como La Floresta y la Avenida América hacia el occidente que pudieron ser salvados, pero también están heridos. No se respetó al hombre de ayer, no se respetó al pasado, como debe respetarse al hombre de hoy que merecerá el mismo trato en el futuro. Quito vale por el centro y por la topografía. No por el norte. Ha comentado un arquitecto formado en Europa: el norte está sobrecargada de diseños y de multiplicidad de formas y el desorden en la altura de las construcciones despreocupó los desniveles de las colinas y el uso racional del suelo.
Debemos entender que el arte, y por tanto la arquitectura, como alguien escribió, “no progresa, sino que se mueve”, con la diferencia que la arquitectura compromete a los habitantes y su forma de vida. Hay que replantearse los conceptos de rehabilitación y reconstrucción. Es necesario dejar a un lado el criterio de que “copiar” lo que se destruyó está mal. Dresde y Varsovia fueron integramente reconstruidas después de la Guerra. Debemos olvidarnos de la “nota de modernidad”, de la obligatoriedad de ser “ecléticos”, como algo que no puede faltar. No estuvo bien haber usado aluminio y vidrio en el Centro Cultural Eugenio Espejo, como tampoco en la sede de la Academia de Historia. La intención del autor de esta nota no pasa de transmitir inquietudes, impresiones, emociones. No es un experto, pero sabe que la Torre Eiffel, criticada en su tiempo, y que la pirámide de cristal frente al Louvre, son lo que son, y que Gaudí fue lo que será por siempre para Barcelona y el mundo. Basta ver en el internet el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (España), obra del arquitecto Rafael Moneo, inaugurado en 1986.
Quito, junio 2021
Muy interesante historia del movimiento urbanístico de Quito. Si se resoetara a la sociedad del pasado, la belleza urbana del futuro sería natural. Felicitaciones, Modesto!