Matías Lozada
fuera del pilche

Anónimo lector:

Disculpa que te trate así. No quiero despersonalizarte, pero es la segunda ocasión que escribo en PAN-ÓPTIKA y no sé quién eres. Espero que seas un “tú”, o sea que realmente existas. No me interpretes mal: no eres un don nadie.

Mi primer artículo fue en la edición de agosto 2 y te comenté que me está atendiendo un psiquiatra a causa del aislamiento obligado. Te recuerdo que soy periodista retirado, que ahora tramito mi jubilación y vivo de trabajos ocasionales. Tú comprenderías que mi problema no es el retiro ni la incertidumbre del futuro sino la angustia del pasado como comentarista de un medio que está catalogado como parte del “poder fáctico”. Mis primeros pasos en la profesión los di en un diario que mantenía como lema esta frase: “la verdad os hará libres”. Nunca lo entendí. No es tema para hoy, pero ¿qué es y dónde está la verdad? ¿Quién es el dueño de la verdad?

El descalabro de la pandemia desordenó mi sistema. Para el psiquiatra debo tener paciencia y aprender a aceptarme a mí mismo. “A todos, sin excepción —repite—, la vida trata a veces de engullirnos. Siga adelante”. En la pasada edición de este Blog, de agosto 31, no fui incluido por los editores. Pienso que en mi primer comentario estuve desordenado y algo errático. Temí lo peor.

Así que, en vez de quedarme ante la pantalla en blanco, tomé mi VW escarabajo gris plata y me lancé, en la tarde de un sábado, a recorrer la “capital de todos los ecuatorianos” (me hace gracia la expresión), como “bobo perdido” —así nos llamaba un profesor del colegio—. Estupenda experiencia, pensé, semejante a aquellos “días bolsones” de quienes —sabios— descubrieron este recurso terapéutico que consiste en pasar un sábado en pijamas y sin afeitarse, sin noticias ni tele ni celular ni parientes ni hijos ni nietos ni visitas ni nadie, con algún libro, algo de música o simplemente el silencio. Vacío enriquecedor. Un “no hacer nada” sin igual. Remedio ideal para el relajamiento. Tomar moderadamente cerveza es recomendable. Es un buen tranquilizante. (La compañía de la pareja podría ser—uso el condicional— una opción a elegir).

Hice un pequeño ejercicio mental, un lavado rápido de mi sistema nervioso, con el objeto de no molestarme por nada durante el trayecto. Diez minutos bastaron y luego arranqué el vehículo. El psiquiatra me recomendó que estudie el budismo o algo de los estoicos. Bueno, bueno, no será para tanto. Estaba listo. Ahora somos la ciudad y yo, como si el tráfico, lo ruidos, la gente se hubiesen transformado en imágenes de una película muda. La ciudad en estado de lejanía, en blanco y negro. Sabía que mi cerebro manejará por su cuenta el cumplimiento de las normas del tráfico. Y basta. Mi mente sabrá defenderse sola.

En el trayecto me limité a observar con cierta indiferencia a la ciudad “municipal y espesa”. Consulté por curiosidad en el sabelotodo Google que esta locución fue usada por Rubén Darío y Unamuno. Piensa, a propósito, que por este medio —independientemente si lo que te cuentan es real o no— puedes tener cierta información y hasta conocimientos, inclusive muy valiosos y útiles, pero no lograrás “entendimiento”, ¿me comprendes?, en el sentido que Montaigne escribió en el Capítulo XXIV de sus Ensayos al sostener que existen “cierto genero de personas (…) que las más de las veces no se entienden a sí mismas ni entienden a los demás, y que tienen la memoria bastante llena, pero el juicio del todo vacío”.  Había conducido media hora, me detuve, tomé tres sorbos de café negro de mi termo, caminé por quince minutos por la acera junto a un parque ante la disyuntiva de regresar de inmediato a mi departamento en San Juan o continuar en la directa e indiscutible sucesión —sorpréndete de lo que voy a decir— de estupideces y aberraciones que había constatado en el trayecto. Así que te cuento simplemente lo sucedido.

…entonces comienza el tiovivo dentro de mi cabeza la rueda de molino el remolino las aspas que no paran dormí muy poco anoche pienso que la estupidez humana no tiene límites y que soy parte como todos del homo sapiens a quien el pensador judío Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI los califica justamente como estúpidos y destructivos comienzo a seguir y seguir con mis pensamientos y sensaciones en total desbande sin detenerme dando vueltas y más vueltas no justamente en el automóvil sino dentro de mi cabeza… fíjate estimado la mayor parte de las entradas de vehículos se encuentran bajo o sobre la línea de la acera los peatones mayores ancianos mujeres embarazadas personas en sillas de ruedas niños tienen que subir o bajar las gradas ocasionadas por los ingresos a los garajes o caminar por las calles es problema de ellos no mío ningún alcalde se la ha ocurrido dar una ordenen a los propietarios igualen las aceras en noventa días carajo…y ahora la numeración hace más de veinte y cinco años se cambió el sistema de numeración de las propiedades sí pero aún no se concluye existen los antiguos números y la gente se confunde… y los nombres de las calles desaparecen cuando se construye en una esquina a nadie se le ocurrió reponerlos y las autoridades pues nada indiferentes igual que el constructo además que aún no se les viene a la cabeza poner la nomenclatura con letras más grande y antes de llegar a la esquina…luego alguien me grita muévete pendejo…machismo por supuesto no hay duda que a veces las mujeres hacen tonterías y enojadas te pueden soltar una andanada incontenible pero los que ocasionamos los accidentes somos los hombres… odio social contra los taxistas hacen malabares y cometen infracciones pero chocan menos los prefiero por la experiencia que tienen voy más seguro con ellos y además por lo general son muy amables hasta el extremo de tolerar al pasajero que le exige por donde debe conducirlo torpe que no se da cuenta que el taxista conoce todos los vericuetos para llegar más pronto ya que su negocio es procurar el mayor número de arranques posibles y que usted se baje lo más pronto… y me siento inseguro con los petulantes de un 4×4 o con un camionetón F150 es curioso son ellos y los propietarios de automóviles muy pequeños los que mayor corren claro es el complejo de inferioridad del ecuatoriano que se muestra en los dos casos extremos yo primero a mí nadie me gana ni me pasa… me he detenido varias veces tras de un bus que recoge pasajeros pues sucede que la mayor parte de la ciudad no tiene un lugar adecuado para detenerse a su derecha sin estorbar el tráfico siempre que los respeten y dejen de competir con los otros buseros… retornos ahora tampoco se entiende que es mejor privilegiar el flujo del tráfico aunque se recorran mayores distancias dentro de la ciudad los retornos y los giros a la izquierda deben repensarse… rompe velocidades o chapas echados no hay una norma establecida de ancho y altura o puedes pasar más lento o te das el golpetón aunque estoy de acuerdo con ellos en un país que está en los primeros lugares de accidentes de tránsito… el asunto más elemental como mantener las líneas blancas en las calles y avenidas no les importa… en ciertas calles donde existen edificios con una serie de entradas a garajes sucesivas bastaría una hacia los subsuelos o a estacionamientos en la parte posterior del edificio… comodatos es sabido que un importante centro comercial se levantó sobre un terreno dado en comodato por cien años cercenando un parque… zonas verdes exigidas por las ordenanzas en ciertas urbanizaciones han terminado en almacenes o en lugares de exhibición de vehículos también vía comodato… Ruta Viva excelente pero solamente hay dos radares y antes y después de ellos podemos continuar a 140 kph pues no se les ocurre que con dos policías en moto pueden barrer con las multas con medios electrónicos hasta que aprendamos… botar basura en las calles no importa seguimos en las calles empedradas del Quito poscolonial donde las grandes precipitaciones que venían del Pichincha limpiaban desperdicios y orines pues lo grueso iba hasta el Machángara en pondos llenos hasta el borde cargados por indígenas… bueno basta…

Cuando decidí regresar a casa, me sentí más tranquilo. Puedo manejar la situación. Tomé un café, dormí un momento y luego fui a mi biblioteca. Durante lo peor de la pandemia la organicé totalmente durante varios días, por temas y en estricto orden alfabético. Había comprado un par de estanterías adicionales. Fue una tarea lenta pero llena de significado: poner orden hacia afuera como una forma de ordenarme hacia adentro. Encontré el libro que buscaba: Historia de la estupidez humana de Paul Tabori, editado en 1961. Me lo había regalado un amigo que, sin darse cuenta de lo que estaba leyendo, lo llevó a su luna de miel. Casi le cuesta el matrimonio (es un decir) pues el incidente había sido fuerte. Dejo constancia que su matrimonio se mantiene hasta hoy en buenas condiciones y ambos suelen repetir hasta el cansancio la historia en las reuniones sociales. En el prólogo de esta obra —es obvio que mi amigo me regaló el libro a pedido expreso de la esposa— he subrayado esta frase: “Estúpido no es el hombre que no comprende algo, sino el que lo comprende bastante bien, y sin embargo parece como si no entendiera”. El resto de mi día fue muy positivo. Estoy mejorando…

Septiembre, 2021