Murieron con dos días de diferencia a fines de septiembre. Eliécer con 71 años. Jorge con 72. Eliécer en forma fulminante. Jorge, después de haber sufrido un infarto cerebral en julio, entre otras complicaciones que no pudieron ser superadas. Ambos fueron mis amigos, pero los “conocí” —el término es impropio—mucho después de haber leído sus primeras obras, cuando yo mismo empecé a escribir pasados los 55 años. Uno y otro participaron de mis libros. Eliécer tuvo la gentileza de presentar en Cuenca También tus arcillas (1999), mi primer libro de cuentos. Jorge, en igual forma, disertó sobre la novela La Casa del Desván (2008), durante la Feria del Libro en la ciudad de Guayaquil. Tuve además la oportunidad de ser parte del jurado, conjuntamente con Susana Cordero y Miguel Donoso Pareja, en el Concurso de Novela convocado por el Ministerio de Cultura el mismo año. Por decisión unánime ambos escritores obtuvieron los primeros lugares, Velasco Makenzie con Tatuaje de Náufragos y Cárdenas con El Pilar de Segismundo.
Pero mi memoria se ancla en las primeras obras que leí, hace tanto tiempo: Polvo y Ceniza de Eliécer Cárdenas y El Rincón de los Justos de Velasco Mackenzie. Si se hace un listado de las veinte y cinco mejores novelas ecuatorianas no pudieran faltar ninguna de las dos. Ambas las disfruté a comienzos de los ochenta. Memoria personal que se prolongaría hacia otras obras, luego a las personas de los escritores y amigos, y, en adelante, hasta que se detenga mi tiempo, como parte del sólido bagaje recogido en la vida a través de la creación y de la palabra, aunque los recuerdos se desdibujen y las precisiones se escabullan. No importa. Importa lo que somos.
Jorge, el cantor del Guayaquil total, de la ciudad profunda, prefería ser reconocido como “guayaco”. El Rincón de los Justos, su primera novela, es la obra que no se detiene hasta llegar a las profundidades de la diversa, apasionante y truculenta complejidad urbana. Fue publicada por primera vez en México por la Editorial Joaquín Mortiz. La editorial El Conejo la incluyó entre las grandes novelas ecuatorianas. Se lee en la contratapa de esta edición: “Se trata de un excelente texto sobre la marginalidad de una ciudad como Guayaquil que se mueve entre la trasgresión y el sacrificio, la violencia y la ternura, el odio y el amor.” En un encuentro en la Casa de la Cultura del Guayas en 2013, el autor declaró que “la verdadera república de un escritor es el lenguaje. Sin eso, no se podría realizar nada. No pido un dominio barroco del lenguaje, pero sí un respeto porque es su principal instrumento. Incluso, me atrevería a decir, más importante que la imaginación”. Nada más cierto. La historia, lo narrado, no es sino el cuento de lo que vivimos. Todos escribimos sobre la vida. Pero lo que cuenta es el cómo, la forma, que es la esencia de todo arte. Y el texto de Velasco Mackenzie en esta obra es arrollador, envolvente y definitivo. Escrita para perseverar, esta novela será inolvidable.
Haciendo un breve repaso hacia atrás, tengo frente a mí otras de sus obras más entrañables. Tatuaje de náufragos (2008), premiada, como antes se mencionó, por “la riqueza imaginativa, por el lenguaje, los ambientes y la inclusión de diferentes voces y tiempos”. Río de sombras (2003), editada por Alfaguara, sobre la cual escribí un ensayo publicado en la Revista Kipus (Escuela de Letras, Universidad Andina Simón Bolívar) entiendo que en 2004. Opiné que “esta novela (268 págs.), que se lee con satisfacción por el manejo del texto, pero con una sensación de vacío provocado, intencional, como si cada página se ofreciese íntegra y, a la vez, huyera de sí misma, escapara inclusive de lo que cuenta y de los personajes que crea, siempre hacia otros textos para, al fin, como un caracol, envolverse y perderse en ellos”. Hay una frase en la obra que muestra una de las tantas obsesiones del autor: “Más tarde comprendí: la muerte es lo que vemos despiertos, lo que vemos dormidos es solamente sueño”. El texto completo del comentario referido puede encontrarse en www.modestoponcemaldonado.com La mejor edad para morir (2006), una colección de cuentos que obtuvo el Premio Gallegos Lara, tiene fuerza y energía, con ambientes sórdidos. Me impresionaron el ambiente en La soledad del escorpión y Puerto sin mar con su historia sobre una extraña duplicación. En nombre de un amor imaginario (1996) mereció el Primer Premio en la IV Bienal de Novela, y se remonta a 1735, en la época de los geodésicos franceses, y al amor “también imaginario de Isabel y Jean Pierre Godin”. Los relatos de Desde una oscura vigilia (1992) tienen una intensa presencia de la muerte y la figura de una mujer que se repite.
De Jorge Velasco Mackenzie recordaré su intensidad, su angustia por vivirlo todo, una especie de desprendimiento de sí mismo, un abandono vital, intransigente, para sumergirse en el torrente de la vida, un delirio total por su ciudad.
Eliécer Cárdenas nos ha legado la imponderable Polvo y Ceniza, incluida también entre las grandes novelas ecuatorianas por la Editorial El Conejo y en la colección Novela Viva de Eskeletra Editorial. Trata, como es sabido, de un bandido lojano de nombre Naún Briones, confundido entre la leyenda y la realidad, pero “en el texto (…) él es un mito personal, vuelto verdad, carne en cada uno de nosotros (…), que adquiere una dimensión humana y, por lo mismo, conflictiva.” (Texto en la contratapa de El Conejo). Esta obra fue reconocida con el Premio Nacional de la Casa de la Cultura 1979. Eliécer tenía 29 años cuando fue publicada y debe haberle llevado tal vez tres años de trabajo.
En 2019 se celebró el cuarenta aniversario de la novela. La periodista Clara Medina, en el diario El Universo, opinó: “me parece interesante en este libro el manejo del recurso del rumor: él dice que decían, él cuenta que contaban. Con esos detalles la escritura parece alimentarse de la oralidad. La novela está escrita, asimismo, a manera de contrapunto, presentando las dos caras de la moneda: pobreza-riqueza, ley-delincuencia. Los personajes son dueños, además, de una filosofía de vida, pues su accionar está imbuido de lo que ellos consideran una razón, un porqué, con lo que la obra podría caer en una suerte de estereotipo, pero el autor, con pericia, logra alejarse de aquello.”
En 1980, el autor escribió Háblanos Bolívar, seleccionada como representativa de nuestra realidad por la Municipalidad de Lima. En 1987, su obra de teatro Morir en Vilcabamba obtiene el Premio Aurelio Espinosa Polit. Diario de un idólatra (1990), que resulto finalista del Premio “Rómulo Gallegos”, la recuerdo especialmente. Dos historias se entrecruzan entre el pasado del siglo XVI en la época de la conquista y el presente representado por un arqueólogo investigando en Ingapirca. La novela muestra la necesidad de identidad, tanto nacional como del protagonista, que se buscan a sí mismos para tratar de saber quiénes somos y adónde vamos. En 1993, Que te perdone el viento, una obra de gran fuerza y contenido, usa a dos personajes claves de nuestra historia, Eloy Alfaro y Federico González Suárez, frente a frente, distantes en sus concepciones, aunque unidos al destino de una nación en una época convulsa, radical y trascendente. Esta novela mereció el tercer premio de la Bienal de Novela Ecuatoriana en 1992. “Patria desmemoriada —se lee en el inolvidable capítulo XIX de la novela—: pretendí escribir nada menos que tu historia, cuando tu verdadera historia está hecha de olvidos, de ilusiones, de fiascos, de ideales abortados e ideales vueltos crimen (…) Pobre nación que se bastaba con sus atardeceres opulentos”. La novela fue finalista del “Rómulo Gallegos”.
En 1996 llega La incompleta hermosura, una colección de relatos entre los cuales fue mi preferido Cabecitas cortadas de jilguero, seguido de Acuarios para desesperados, Las culpas ajenas y Ese color de sangre. En 1997, su novela Una silla para Dios obtuvo el segundo lugar en el concurso nacional de literatura Ismael Pérez Pazmiño, convocado por el Diario El Universo. En 2000, la crisis producida por el colapso bancario le lleva a presentar El oscuro final del Porvenir. Lamentablemente no he leído la obra. En 2006 tuvimos El viaje del padre Trinidad, ubicada en 1949 cuando Ambato fue devastado por un terremoto. Cuenta una buena historia, tiene un gran remate, pero la tragedia del terremoto es opacada por lo narrado, según he anotado en al libro. En 2008, Eliécer gana el Segundo Premio del Concurso de Novela convocado por el Ministerio de Cultura. Conjuntamente con Susana Cordero y Miguel Donoso Pareja, fui miembro del jurado. Esta obra ha sido catalogada como literatura de la literatura, pues sus personajes son Jorge Icaza, Benjamín Carrión, Gonzalo Zaldumbide, César Dávila Andrade, Oswaldo Guayasamín, entre otros.
De Eliécer Cárdenas recordaré a la persona que absorbía y guardaba mucho dentro de sí, impulsado por una fuerza interna que le impulsaba a escribir y escribir, a pesar de las limitaciones propias del tiempo y de las tareas ordinarias de la vida. Fue nombrado cronista de la ciudad de Cuenca y fue también miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Como no podía ser de otro modo, ambos fueron, desde jóvenes, rebeldes, inconformes e iconoclastas. No concibo a un escritor satisfecho. Si no fuera así no inventarían otros mundos, aunque —habrá que reconocerlo— no tienen el poder de cambiar el que tenemos.
Al redactar este texto, con pena y nostalgia, recordé de improviso que en 2003 escribí para Letras del Ecuador sobre literatura y migración, sobre seres atenazados entre el “tal vez” y el “nunca más”. Entre los cuentos sobre el tema, a más de algunas novelas como El muelle de Alfredo Pareja y La dama es una trampa de Galo Galarza, escogí Aeropuerto de Jorge y Las lagunas son los ojos de la tierra de Eliécer. Coincidió la redacción de este comentario con mi lectura de Río de sombras, y no pude dejar de mencionar que se trata de “una novela de y sobre Guayaquil, publicada por Alfaguara, que presenta a la ciudad como una sombra, sin contarla, como hija del manglar y del agua, sólo referida por sus dioses y héroes perennizados en estatuas y monumentos”.