Reproducimos el comentario que Modesto Ponce Maldonado, en la segunda quincena de marzo de 1994, escribió en la Revista 15 Días bajo el título ¿SÍ A LAS DROGAS?

            En 1989 un alto oficial de policía dispuso la captura de un joven y su confinamiento a punta de pistola en un centro de rehabilitación, con el fin de “curarle” de su adicción a la cocaína. Él se opuso a ser tratado por la fuerza y, con el apoyo de su padre, salió del centro y continuó con la atención profesional que libremente buscó, inclusive antes del incidente. Actualmente está bien, vive y trabaja… en otro país. Dejó nuestra “isla de paz”. En el “operativo” estuvieron comprometidos dos médicos, uno de los cuales es un conocido siquiatra. Ejercen libremente su profesión. El oficial fue involucrado en la desaparición de dos hermanos ocurrida hace seis años (se refería a los hermanos Restrepo).          

            En el siglo XVI los conquistadores españoles tomaron el negocio de la hoja de coca. 500 años más tarde, en la Expo Sevilla 92, Bolivia no pudo presentar la “hierba maldita”.

            Un siquiatra peruano y una revista médica norteamericana (HOY, 19-IX-93) han recomendado la infusión de coca como desintoxicante para los adictos.

            La LSD es clínicamente inofensiva y no crea hábito. “No es, en sí, ni buena ni mala… pero las reacciones mentales pueden ser negativas”, dependiendo de la persona, del objeto de su uso o de la falta de vigilancia médica. Adicionalmente es una ayuda al servicio de la sicoterapia (John Cashman,EL FENOMENO LSD, Plaza Janes, 1971). (Lo mismo ocurre hoy con la mariguana).

            Las campañas de prevención han fracasado. EE.UU. ha recortado los presupuestos para este fin. El 70% de los consumidores de Quito opinaron que las campañas de prevención “no son realistas… son la cagada, no tienen bases sólidas…”(Fundación Nuestros Jóvenes-FNJ). Ante el fracaso de la prevención se acentuó la represión. La actual Ley sobre la materia, dictada en 1990, es fruto de esa nueva postura. Y es la postura de la sociedad. La “moral” de la sociedad.

            Un ex presidente de la República basó parte de su estrategia en la lucha contra el “narcoterrorismo”. Terminada su función se pronunció por la legalización de la droga.

            El periodista colombiano Antonio Caballero (Revista SEMANA, 30-III-93, Bogotá) opinó que los “descomunales” perjuicios que causa el narcotráfico tienen una sola raíz: su ilegalidad. Por ese motivo los narcotraficantes “han obtenido del Estado colombiano prácticamente todo lo que han querido…, pero no han pensado nunca en solicitar la legalización de su negocio”. “Muerto Escobar, habrá que inventar otro”, anticipó. La ilegalidad ha creado un Estado paralelo.

            Los jueces ecuatorianos no dictan sentencia en los juicios por narcotráfico. Temen por sus honras o por sus vidas.

            Entonces, con la droga ¿todo es posible? Parece que sí.

            Los especialistas sostienen que el uso de la cocaína, al contrario del alcohol y el tabaco, no produce dependencia física, sino síquica. El alcohol y el cigarrillo causan daño al feto; al parecer la cocaína no.

            Mayores estragos produce en el país el alcoholismo y el tabaquismo que el consumo de drogas. La publicidad del alcohol y del cigarrillo —drogas sociales— los asocia con el placer, mientras que quien porta, aun sin consumir, unos pocos gramos de cocaína puede ir a la cárcel por años, aunque “el pequeño traficante no parece ser sino un desempleado más que busca de cualquier manera su sustento” (FNJ). Sobre él la sociedad “descarga” sus culpas y sus vergüenzas.

            La política represiva de EE. UU., a más de ser una manifestación del puritanismo hipócrita de ciertos estratos sociales (que rebuscan hasta en la vida sexual de sus presidentes y ahora parece que desean prohibir el cigarrillo), ¿no es otro pretexto para intervenir en nuestros países? La presencia militar en Bolivia es uno de los ejemplos. (Colombia es actualmente otra muestra). El caso panameño (se refería al dictador Noriega) y la teoría de la “narcoguerrilla” pueden ser otros. Fue Reagan, el gran “cowboy”, quien inició la lucha contra la droga.

            “La guerra a las drogas” quizás sea un mecanismo de evasión que permite soslayar las lacras de una sociedad descompuesta —la de ellos—y de otra sociedad sin esperanza —la nuestra—.

            “El narcotráfico no es un problema moral de un país corrupto llamado Colombia. Es el vórtice de una tormenta financiera que se ampara en el sigilo bancario de esa cadena que nace en los Alpes suizos…” (Revista NUEVA, n. 153, IX-89).

            Se argumenta que una eventual legalización (se habla también de despenalización, liberalización controlada, etc.) significaría un aumento incontrolado del consumo, pero informes oficiales reconocen que apenas un 10% de la droga que ingresa a EE. UU. es capturada. (Actualmente es al parecer el 20%, pero con un volumen mucho mayor de producción). El 90% va a los organismos de los consumidores. ¿De qué sirve la prohibición? Que el tráfico sea ilegal poco importa: ¡La venta y la compra son libres! 

            “Colombia debe legalizar la droga”, dice el Procurador colombiano (EL COMERCIO, 29-XI-93). Igual opinión la tienen un Nobel de Economía, un Nobel de Literatura y la conocida revista CAMBIO 16. “Es urgente pensar en la opción de legalizar la droga”: Edmundo Ribadeneira (EL COMERCIO, 19-XII-93). “Recuperemos la hidalguía; despenalicemos la droga; declarémosla medicina; terminemos con el negocio que más ha prostituido al poder, a la justicia, a la paz…”: Alberto Luna Tobar, Obispo de Cuenca (HOY, 11-XII-93). Y la misma opinión la tienen abogados, profesores, periodistas, psicólogos en los mismos EE. UU. y en Europa. Destacados penalistas y magistrados firmaron en España un “Manifiesto por una nueva política de drogas”.

            El origen del “mal” está en las personas, en su siquis, no en la droga. Y junto a cada persona existe un entorno. La droga es un subproducto del sistema. El narcotráfico es una consecuencia coyuntural originada en elementos preexistentes. Se confunden causas con consecuencias. Se divide a las drogas en legales e ilegales; sobre las legales el Estado cobra impuestos. ¿Con qué argumentos? ¿Qué razones sociológicas y antropológicas existen?

            Los adictos son “enfermos del alma”, muchos de los cuales pagan con la cárcel, no el delito sino “la pobreza” (Simón Espinosa, VISTAZO n. 630 de XI-93). “La droga es parte integrante de la vida de la calle” (FNJ). Se actúa como si la droga fuera mala en sí misma y quien la usa deja de ser hombre para convertirse en un ser irrecuperable destinado a la cárcel (art. 64 de la Ley).

            En un seminario organizado por el CONSEP (HOY, 30-XI-93) se dijo que el 37% de los encarcelados se encuentran vinculados con el narcotráfico. Lo que no se dijo es cuántos de ellos quizás lo hicieron por primera vez, o son usados por mayoristas, o quizás tenían una familia que moría de hambre. ¡Eso no lo sabe el CONSEP! Ni sabe tampoco que “los niños buscan en la droga el bienestar y placer que la sociedad y sus familias les han negado…”(FNJ), mientras la clase alta —los principales compradores— la usa sin problema.

            Adicionalmente, existe un severo cuestionamiento moral. “¿Es ético obligar a una persona a un tratamiento? ¿Puede ser eficaz un tratamiento obligado?”, pregunta el doctor Jacques Laufer de la FNJ.  

            Existen casos dignos de la HISTORIA DE LA ESTUPIDEZ HUMANA que escribió Tabori. Dos ejemplos: el primero, el art. 30 de nuestra Ley que obliga “a los miembros de la fuerza pública” a conducir a un “hospital psiquiátrico…” a quien “parezca” (sic) estar bajo los efectos de alguna droga prohibida; el segundo, los “flash” de TV presentados por la OIT, bajo el lema “Por una América Libre de Drogas”, en los cuales los seres humanos están satanizados. ¿Doble moral? ¿Rezagos del anticuado dogma del fuego eterno?

            No obstante, últimamente, en uno de los canales de televisión de Quito, se le ha permitido a la FNJ presentar un mensaje serio, humano, respetuoso y sencillo. ¡Al fin!  

            Que los siquiatras informen si conocen de algún alcohólico, nicótico o toxicómano que ha sido “curado” por la fuerza. Que los juristas opinen si ciertos aspectos relacionados con estos temas no están reñidos con los fundamentos de la ciencia penal.

            ¿Y la adicción a tranquilizantes y antidepresivos? Se habla de una “cultura de la automedicación” en la cual “la solución está en las cápsulas”, adquiridas generalmente sin receta. El 14% de la población las usa con frecuencia.

            Ciertos químicos inadecuados en alimentos o bebidas producen mayor daño que toda la cocaína inhalada en el país.                             

            Según la FNJ, el 25% de la población en el Ecuador fuma cigarrillos y el 30% bebe alcohol (nivel de prevalencia mensual). El porcentaje de adictos a la cocaína o base es ínfimo: 0.l%. 

            ¿Cuántos anualmente en el Ecuador mueren a causa del tránsito? Un vehículo es como arma mucho más poderosa que el famoso polvo blanco.

            Curiosamente, a los negociantes en armas se los llama del mismo modo que a los vendedores de droga: traficantes.

            El ex rector de la PUCE, Hernán Malo G., escribió acerca de la mariguana: “La generación que representa la autoridad, la tradición, los valores consagrados de occidente tiene que renunciar al demonio de la hipocresía…” (Revista MENSAJERO, VI-VII, 1971).

            Es recomendable la obra LA LEY Y LA DROGA (FESO, 1993), que recoge valiosas opiniones. La mayoría están de acuerdo en que se “está librando la batalla en el frente equivocado”.

            ¿No a las drogas o sí a las drogas?