por JM Naranjo

Suele ocurrir que nos aferramos a nuestros ideales, a opiniones que se inclinan cada vez más hacia un lado de la balanza, incluso cuando la evidencia empírica y los hechos objetivos nos contradigan. Hoy es más fácil que nunca expresar libremente lo que cada uno piensa y compartirlo al instante con cientos de personas en las redes sociales. Como consecuencia, quizás hoy somos más propensos a apoyar a ciertas ideas políticas o movimientos sociales, por ejemplo, que en ocasiones nacen de la expresión arbitraria y masiva de opiniones desinformadas. De pronto se viralizan, nos conformamos con ellas y las expresamos como si fuesen verdades absolutas.

Creo que el hecho de adoptar rápidamente una posición rígida y polarizada frente a cualquier problemática relevante suele provenir de la falta de conocimiento objetivo y fundamentado sobre los temas que defendemos y, al mismo tiempo, sobre aquellos a los cuales nos oponemos con fervor. Esta idea nace de un postulado brillante que escuché hace unos días en una entrevista a Jordan Peterson, psicólogo clínico y pensador contemporáneo. A continuación, parafraseo y complemento con mis propias palabras su descripción sobre los ideales ‘de baja resolución’:

Imagínate que estás dibujando un mapa del mundo: un territorio que, debido a su complejidad y vastedad, solo conoces a breves rasgos. Lo primero que trazarás ha de ser un vago bosquejo de las delimitaciones de cada continente. Son lugares que sabes que existen, pero desconoces su verdadera extensión, su ubicación espacial y sus características precisas. Conforme investigas más sobre el tema, observas mapas profesionales con detenimiento, viajas por el mundo y quizás consultas con un par de cartógrafos, la resolución de tu dibujo se volverá cada vez mejor, más precisa y fiel a la realidad. Sin embargo, reconoces que no eres ningún experto y que el mundo real es inmensamente más detallado que tu mapa. Así descubres que es muy difícil crear una representación de alta resolución sobre cualquier tema concreto, pues requiere de mucho tiempo, objetividad, comunicación efectiva, humildad, dedicación, esfuerzo cognitivo, etc. Del mismo modo, con frecuencia nuestras ideologías son representaciones de baja calidad sobre un tema en particular: mapas vagamente trazados que pretenden retratar un vasto planeta de miles de millones de kilómetros.

Entonces, aunque evidentemente no es necesario ser un experto en un tema para expresar una opinión bien formada al respecto, considero que la facilidad que hoy tenemos para compartir al instante todo lo que pensamos y consumir tantas opiniones de forma masiva puede conllevar a la proliferación de pseudo-ideales. Se multiplican como epidemias. Basta con abrir Twitter para encontrar oleajes de pensamientos inflexibles, de oídos sordos y vista corta, que pretenden cambiar el mundo con dos clicks y repitiendo frases trilladas que realmente no tienen condumio.

Cuesta reconocer que algunas de aquellas opiniones que fielmente sostenemos pueden ser superfluas, ingenuas, desinformadas y, sobre todo, profundamente conformistas. Quizás la instantaneidad y volatilidad del contenido que consumimos en redes sociales fomentan el pensamiento ‘blanco o negro’, desincentivando la capacidad de pensar objetiva y profundamente. Es más fácil pensar poco y saltar a conclusiones polarizadas con base en lo que dice la mayoría de la gente a la que seguimos en redes. Creo que cada vez nos cuesta más formar criterios propios e informados, y así surgen ideas extremistas que carecen de fundamentos. Se expanden mediante hashtags y noticias amarillistas cuyos titulares son lo único que leemos.


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