Estos fragmentos o textos cortos, que relatan las sensaciones y los sueños de un escritor, son tomados del capítulo 9 —El vacío— de la novela “Los Lenguajes de la Piel”, escrita por Modesto Ponce Maldonado. Para su lectura la obra puede obtenerse en las principales librerías de Quito o en su formato digital en la tienda de Amazon Kindle:


FRAGMENTO 1

Sigo sentado ante mi mesa. Tenía algo que terminar. Ahora leo a Paul Auster. Aun en una isla desierta o en una celda solitaria —escribe— “una persona descubre que está habitada por otros”. ¿La soledad es el vacío? ¿O estar deshabitado? ¿O es la ausencia, la espera? Perder la sensación de esos “otros” puede llevar a una crisis de identidad personal o a la casi desaparición del sujeto, si no a la alienación o a la demencia. Un estado de desposeimiento total… Como aquel personaje de Onetti que decía: “A lo mejor, lo que quiero es escucharme una vez más. Porque ya se lo dije a los espejos y hasta a las paredes… “. A veces pienso demasiado. Llevo mis reflexiones al límite y me hacen daño. Prefiero ir al dormitorio, desvestirme e ir en busca de Vera. Al sentirme entrar, ella, por instinto, se pega a mi cuerpo, la abrazo y demoro en entrar al sueño con mis labios pegados a su nuca. El comienzo del deseo, al sentir su cadera hundida en mi vientre, se pierde lento en la penumbra. Mis párpados han sido cerrados por sus bucles. Hasta mañana, amor.

FRAGMENTO 2

A propósito de un seminario, necesito revisar las mejores obras de los premios Nobel de los últimos quince años, a partir de 1990. Recuerdo entonces —por no aceptar que tal vez subsisten— esas terribles crisis de la carencia de lecturas y vacíos, propias de los años juveniles. He soñado en montañas de libros que debía escalar, todos con nombres desconocidos, llegar a la cima y empezar a devorarlos. Llegaba a viejo, con el pelo encanecido sobre los hombros y la barba larga. La montaña seguía igual. Luego moría y me sepultaban en una cueva hecha de páginas y carátulas. Se llegaba a ella por un laberinto de libros, a rastras por lo estrecho que era.

En los embelecos propios de los escritores, el montaje parece perfecto cuando nos referimos a esos otros mundos paralelos o a las vidas alternativas que imaginamos. Presumimos de creadores, de demiurgos que toman la pluma o golpean las teclas para que el portento se produzca, o de autores de volúmenes bien encuadernados, con atractivas cubiertas. Embusteros. Así ocultamos nuestros meandros o desfiladeros, los vericuetos que conducen a nuestras cavernas candentes o a nuestros socavones helados. Lo intuyen la persona que duerme con nosotros y el amigo con quien todo se comparte, pero no son invitados y está vedado su descenso a los abismos. A ambos los engañamos. Es el lugar de los desvaríos, de las aberraciones… Empero, si no se extravía la cordura, es solamente gracias a esas páginas, a esa pluma, a ese teclado…

Agosto, 2022