¡Ah, los “emprendedores”! Me producen el deseo de filosofar irónicamente, o de condolerme sobre su candidez, inmunes como se sienten a los golpes de la vida que a todos nos llegan. Los concibo como una caricatura, una invención reduccionista impuesta por el sistema, una distorsión inaceptable de lo que realmente somos. El filósofo chino-alemán Byung-Chul Han, a quien no me cansaré de citar, los ve como “disfrazados de individuos positivos, sonrientes y supermotivados” que buscan el “tener” más que el “ser”. ¡Qué distantes del ser humano profundo! Allí los vemos, a estos felices emprendedores dispuestos a conquistar el mercado, inclusive internacional —“el Ecuador para el mundo”—, justamente este mundo donde el 70% de sus habitantes — candidatos también, ¿por qué no?, a futuros a emprendedores—, sobreviven o se extinguen lentamente con $2 a $4 diarios.
Pero allí los tenemos, muchas veces salidos de universidades de primer orden, otras arrastrados por el sistema, por el resquemor que les produce el primo que se viste con ropa de marca. Son como aquel joven, muy elegante y desenvuelto que, después de una infracción de tránsito no mayor, indignado reclamaba al policía: “¿Con quién cree usted que está tratando? ¿En qué país vivimos?” Yo, que pasaba por allí, le dije al enfurecido joven: “En nuestro país, Ecuador, váyase si no le gusta”. Me miró con furia, pero mi edad le impidió agredirme.
No. Emprendedores no, en el sentido que se ha dado al término, en ningún caso, por tratarse de un concepto excluyente, restrictivo, deformado y parcializado. ¡Creadores!, sí. Pregunto si es tan difícil entender que el ser humano, desde la época del homínido, desde que pudo erguirse, por fuerza de la evolución y de la necesidad, sobre sus dos piernas, se convirtió, sobre todo, en un creador. No se necesita pensar mucho para entender que somos, desde nuestros orígenes, seres empujados por la imaginación, y que es esta imaginación el mayor don que tenemos. Inventamos el lenguaje, el uso del fuego, la agricultura, el arte, las ciudades, el manejo de los recursos. También inventamos la guerra.
Creador no es el que busca “tener” más, sino el que pretende “ser” más. Somos iguales justamente por lo que “somos”, en el sentido de “ser”; somos desiguales en cuanto a nuestras capacidades y virtualidades, desiguales por lo que “tenemos”, sí, siempre que a los otros no les impida simplemente “ser” que, en otras palabras, implica tener lo necesario que desarrollarse y cubrir sus necesidades.
El industrial exitoso es un creador. Las utilidades que produce su empresa son una medida del éxito, pero lo que realmente le satisface a ese industrial es el “logro”, haber “creado”. Lo que no se entenderá nunca es que el obrero asalariado no es un sujeto que trabaja únicamente por la paga, y que esconde un “creador” que, si es estimulado y considerado en esa forma, entrega más, es más feliz, se siente más considerado y permite que el industrial gane más dinero. Es cuanto el salario es más que una paga semanal y puede convertirse en una inversión (me disgusta usar el término), mejor aún en una participación en la vida empresarial. Naturalmente, cuando el obrero sea considerado como un creador debe recibir más y se entregará más a su labor. He comprobado que a un obrero le interesa más, inclusive sobre su sueldo, ser respetado, reconocido y estimulado. Proceder en esa forma inclusive es un “buen negocio”. Todos ganan más.
Creador es el mecánico de mi automóvil que durante más de treinta años me ha atendido. Somos amigos. Creador es el artesano hábil —y existen por cientos— que con capaces de lograr trabajos sorprendentes. Creador es el cuidador-jardinero de una quinta (me consta), cuyo dueño le ha proporcionado vivienda digna y amplia, y le paga horas extras cuando tiene que trabajar los fines de semana. Que no le perjudica y que le respeta. Creadora es la dueña de una gran cadena de supermercados que nació “patalsuelo” en una hacienda por Tambillo, hija de un peón, de la cual ahora es dueña. A sus quince años vino a Quito a hacer de empleada doméstica cuidando a un bebé de dos años. Conocí el caso.
Creadores son también —y a estos más les preocupa definitivamente el “ser” que el “tener”— los artistas, los músicos, los pintores, los periodistas profesionales que no se venden, las enfermeras, los médicos que tienen consultorios en zonas pobres que atienden gratis o con honorarios muy bajos. Conocí un caso. Él ya murió. Creador fue el médico que erradicó la malaria y otros males del valle de Cumbayá y no tiene un busto que lo recuerde. Creadores fueron todas y cada una de las personas que atendieron las primeras dos vacunaciones al comienzo de la pandemia. Nadie les organizó desde el gobierno y la atención fue impecable, por la simple razón de que la infraestructura, pública y privada, ya existía, y la gente, así, como lo escribo, ¡la gente! por si sola, hizo todo lo que debía hacer cuando al fin llegaron las vacunas. Creadores y héroes, y no emprendedores, fueron médicos, enfermeras, empleados de hospitales que atendieron a los cuarenta mil muertos y a todos los que se salvaron de la pandemia. Creadora —y ángel además— es la directora de un pequeño sitio de enfermos de Alzheimer situado en el sur de la ciudad donde se halla un amigo cercano que recibe atención preferente y cariñosa con una pensión mensual cuatro veces menor que los asilos de lujo. Creador y no emprendedor fue el padre Carollo.
Creadores son los escritores que escriben en este país donde los leen muy pocos y que editan sus libros con auspicios tratando de por lo menos no perder y cubrir las deudas contraídas. Creadores son los pintores de los páramos de Zumbahua, los diseñadores y tejedores otavaleños, los fabricantes de objetos de barro cocido en Loja o de cerámica y joyas en Azuay. Creador y no emprendedor es un médico, cuyo nombre conozco, a quien recurrimos cuando mi mujer estuvo con covid. Le recetó por teléfono y no cobró honorarios: “Creo que no debo cobrar sino servir en caso de pandemia”, nos dijo. Creadores son los curas y las monjas que se ofrecen sus vidas al servicio de los demás, y que conviven con la gente. Los dos obispos, Proaño y Luna, que se ensuciaron los zapatos en barriadas y zonas rurales en Riobamba y Cuenca. Están muertos y no han tenido reemplazo. El jesuita Julio Gortaire, con más de ochenta años, ha dedicado su vida a la gente del cantón Guamote, el más pobre del país. Los que convirtieron el desierto de Palmira en otra cosa. Los que mantienen las mingas y construyen canales de riego.
Creador fue Beat Anton Rüttimann, conocido como Tony el Suizo, que construía puentes en el Oriente con materiales reciclables, no cobraba un solo centavo y vivía de lo que la gente le daba en comida o alojamiento. No fue (tiene ahora 57 años) justamente un emprendedor. Creador fue el cura José Gómez Izquierdo, fallecido a los 81 años en 2006, que dejó un legado de servicio a la gente pobre de Guayaquil, y que no usó zapatitos blancos como el obispo que inauguraba catedrales millonarias y grandes estatuas que con el objeto de “promover la fe”, al impresionar a la gente con el gigantismo, como una manera de llegar a la gloria eterna. Los teólogos de la liberación, atacados y perseguidos por un Papa elevado a los altares, solamente querían bajar algo de ese “cielo” y de ese “Dios” a la Tierra. No son emprendedores. No producen dinero. Ofrecen servicio, entrega y amor.
Los creyentes en el “emprendedor” son los mismos que creen que la libertad (bien individual) está sobre la igualdad (bien social), sobre los que sostienen el absurdo de que hay que crear riqueza para repartirla, cuando la riqueza sobra en el mundo y solamente se derrama, a ritmo de goteo, casi por simple gravedad. Sobre los que creen que es posible pensar en la utopía estúpida de la igualdad total bajo un Estado todopoderoso, ni Marx creía en eso, y tampoco Mujica el extupamaro que fuera presidente del Uruguay, que tiene un “escarabajo” de hace veinte años que se negó en venderlo a un jeque árabe en un millón de dólares, y que vive como campesino en un rancho. Otros sueñan con convertir a las sociedades, en busca de la prosperidad, en una suma de compañías anónimas con un Estado a su servicio, con lo cual contradicen al hecho de los Estados fuertes de las naciones actuales. Muchas grandes fortunas se han levantado en el Ecuador a través de odiado Estado y sirviéndose de él y de la política. Sobre los que creen que el bienestar social es la suma de los bienestares individuales, como si el individuo estuviera sobre la sociedad, siendo exactamente al revés. Las sociedades, por sus bienes culturales acumulados, por ejemplo, son más que la suma de los individuos. Los mismos que creen que los muertos de hambre tienen la culpa de su suerte, aunque es sabido que los alimentos que produce el mundo pueden alimentar al doble de la población mundial. Los mismos que desconocen que para vivir con el estándar de las ciudades o los países opulentos se necesitan los recursos de cuatro o cinco planetas tierras.
Dentro del esquema actual, no es raro encontrar a muchos que, habiendo empezado como “emprendedores” se convirtieron, para citar una frase de Miguel Ángel Asturias en El papa verde, en “señor(es) de cheque y cuchillo, navegador(es) en el sudor humano”. Fue antes el verde de las bananeras a las que se refiere al escritor guatemalteco, Premio Nobel, que murió en 1974; hoy es el verde que es el color de ciertos billetes. Muchos “emprendedores” se convertirán en el futuro, como escribió John Steinbeck en Las uvas de la ira, en parte de “esas criaturas que no respiran aire, no comen carne…, sino que respiran dividendos, y comen el interés sobre el capital. Si no los tienen, mueren, como moriría usted si le faltare el aire, si no comiese”.
No obstante, y sea como fuere y se piense como se piense, el mundo nunca más volverá a ser el mismo, el verde de esos billetes está destiñéndose. Los argumentos, todos los argumentos, y con gran claridad, nos están dando las simples e indiscutibles realidades de todos los días. Y si el discurso de esta realidad no nos convence, quizá ya no importe: el mundo tal como conocimos, se está extinguiendo, la humanidad también. Jóvenes: piensen bien antes de tener hijos.
Mientras tanto —y hasta que mediten en este texto si lo han encontrado interesante—, les comunico un dato: en un artículo publicado en el New York Times el 13 de febrero de 2017, los hombres de negocios que han sido presidentes en EE.UU. “tienen las peores evaluaciones”. El Ecuador no es la excepción.
Mayo, 2022.