Así —como se lee, escucha y entiende— con el adjetivo de “endemoniados”, fueron calificados, por parte de los prelados de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, los miembros de la Corte Constitucional que aprobaron —al fin una luz en estos años oscuros — la norma que autoriza la eutanasia en el Ecuador. ¡Al parecer se ha llegado hasta la excomunión! Es el segundo país que lo hace en Latinoamérica. ¿Qué entenderán por “Vida” estos venerables señores? ¿Qué entenderán por todo lo que sucede en el mundo? Algunos de ellos no quieren y cierran ojos y oídos. Los más simplemente no pueden. No, por supuesto, en cuanto a los tormentosos años de una mujer valiente, su valeroso y luchador marido que no ejerce más que una obligación ética y de supremo amor. Sin conocerlo, vaya un abrazo profundo para él. El abrazo de un ser humano que está vivo y ha vivido más de una vez la muerte como para creer firmemente que hay que ofrecer culto a la Vida, nunca a la muerte, que es parte de esa misma Vida y no pasa de ser el fin del tiempo recorrido. Más allá no está sino la nada, el misterio o la felicidad eterna para los creyentes.
¿Qué entenderán por Vida estos altos dignatarios que han estudiado Filosofía, Teología, Moral, y materias relacionadas con el Humanismo? Que supuestamente han leído mucho y han experimentado mucho más a través de sus feligreses. ¿Por qué no comprenderán lo que puede comprender un niño o un adolescente? ¿Quién les ha autorizado a pensar que Dios es el dueño de la vida cuando no elegimos ni siquiera nacer y se nos niega el derecho a una muerte digna?
Los señores miembros de la Conferencia Episcopal desconocen que, en nuestros pueblos, aun los más cercanos a los centros urbanos, cuando una persona está próxima a fallecer, sus familiares se despiden de ella, salen a llorar o rezar, mientras una vieja mujer despide de esta vida al moribundo. Los datos exactos pueden obtenerse en la Red de Cultura Funeraria. Desconocen por igual los prelados que la eutanasia es practicada diariamente en clínicas y hospitales cuando la situación es irreversible, inminente, con el objeto de aliviar dolores y padecimientos. Es la eutanasia indirecta que no ocasiona la muerte en segundos sino en horas cuando una dosis calculada de morfina ocasiona un infarto. La directa, que se equipara con asesinato, produce la misma morfina u otra sustancia que actúa de inmediato. No hay más diferencia, salvo el corto tiempo de supervivencia. Son asuntos de orden cultural, dentro de lo cual se incluye a lo religioso, donde juega también el instinto de conservación. No es fácil evadirse de estos factores. Donde juega también la hipocresía, especialmente cuando se juzga y se mira desde lejos a través de interpretaciones dogmáticas o de poder cuyo objetivo es controlar las mentes. Es frecuente que ciertos hospitales “defiendan” la vida y entuben a la persona en cuidados intensivos por una o dos semanas, sabiendo que de todos modos morirá. Pero cada día de hospital puede costar de mil a mil quinientos dólares y la factura llega a quien tenga el dinero para pagar o a quien tiene que endeudarse o vender el automóvil. Son los casos conocidos como “escarnecimiento terapéutico”. En SOLCA atienden bien al enfermo irremediable, le alivian y lo dejan ir en paz, aunque gracias al oxígeno y otros medios los signos vitales funcionen normalmente: es el organismo que está invadido por el mal y está irremediablemente acabándose.
Los señores obispos no consideran que, en dos casos exactamente iguales donde padre y madre padecen de males irremediables, muy diferente es el caso de una familia acaudalada que puede pagar servicios de primera, inclusive en el exterior, que la otra de ingresos bajos, sin que el IESS se haga cargo, que comen y viven con esfuerzos y que tienen que sacrificar estudios, trabajo o vida amorosa de hijos o hijas para atender a dos enfermos. ¿La misma norma para ambos? ¿No conocen los venerables señores que hay problemas de desigualdad social extremos? De eso parece que no se preocupan ni llaman “endemoniados” a los poderes que mantienen esas vergonzantes diferencias. ¿Acaso se sienten ellos “divinizados”?
Tampoco consideran que, mientras se gastan recursos privados y públicos en atender a enfermos sin retorno, hay miles de niños, que tienen todo por delante, en situaciones inaceptables y que claman al cielo una sociedad que se considera a sí misma cristiana.
Los señores obispos saben perfectamente, por sus estudios sacerdotales y capacidad intelectual, que no existe ley moral que pueda aplicarse en forma general. Pero eso no lo dicen desde el púlpito. El fin de la vida es una ley natural que se cumple sin excepciones. No hay destino, no hay predestinación, no existe el día señalado o prefijado en la mente de alguien. Es un suceso al que nos acercamos año tras año, día a día. Nada más.
Para quien interese, se reproduce el artículo El derecho a una muerte digna publicado en este mismo blog.
Quito, marzo 2024
Excelente artìculo!! Totalmente de acuerdo!!