Cuatro plagas nos están destruyendo: la crisis climática, los fundamentalismos, la esclavitud informática y las desigualdades humanas. Me referiré a estas dos últimas.

El vandalismo mediático nos convierte en parlantes amaestrados, en repetidores. Hay biólogos evolucionistas como Richard Dawkins que sostienen que nuestros genes, además de nuestras mentes, están afectándose. Los memes y el concepto de “viral” son una ponzoña. Las redes y los medios envían mensajes empaquetados para seres también empaquetados. Tragamos sin digerir. Nos atosigamos sin procesar.

Eugenio Montale, Nobel de Literatura 1975, escribió En nuestro tiempo: “Sólo los aislados hablan, sólo los aislados comunican; los otros —los hombres de la comunicación de masas— repiten…” Añade: “El hombre nuevo no piensa.” Actualmente, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, al examinar “las patologías de la sociedad actual”, piensa que vamos hacia la domesticación del ser humano, a su deshumanización.  

Por otro lado, desde las épocas de los filósofos griegos, pasando por los juristas romanos, los pasajes bíblicos y los cuatro evangelios —o los consejos de nuestros padres, las observaciones de los abuelos o las prédicas desde los púlpitos—, pasando por judíos, islámicos e hinduistas, en una u otra forma relacionaron la justicia con “dar a cada uno lo suyo”, lo que a cada persona corresponde como ser humano. No puede dudarse que, si así se considera la justicia, el criterio de igualdad es indiscutible en el sentido de otorgar las mismas posibilidades de desarrollo a todos, considerando su capacidad y vocación que no son otra cosa que las aptitudes personales a desarrollarse como seres humanos y expresarlas ante los otros y como parte de los otros.

No obstante, tenemos un mundo donde, si se aspira a vivir como en los países desarrollados, se requieren los recursos de cinco o más planetas Tierras. Pocas centenas de personas tienen una renta anual equivalente a la que dispone la mitad de la humanidad, o sea casi cuatro mil millones de seres humanos. En el mundo muere un niño cada cinco segundos por hambre y enfermedades evitables, más de seis millones al año. (Nada dicen las “Provida”). Las muertes por terrorismo, guerras, narcotráfico se quedan cortas. Las guerras mundiales, la guerra española, los crímenes del gobierno estalinista, las matanzas originadas en la desintegración de Yugoslavia, lo sucedido por décadas en Afganistán o la situación actual de Medio Oriente han arrogado o arrogan menos cadáveres al foso de la historia humana que los efectos de las desigualdades humanas. También son cifras bajas inclusive los 50.000 asesinatos anuales en México y los miles que ocurren en Colombia a causa del negocio de las drogas. Los muertos de las Torres Gemelas, obra según dicen de los talibanes, ocupan un modestísimo lugar en el listado de actos bárbaros. El hambre, la desnutrición, la inutilización definitiva de seres que, aunque vivan, están condenados de por vida, ocupan los primeros lugares en este genocidio humano causado por los sistemas imperantes. Los muertos de la pandemia ocupan discretos niveles.

EE.UU, con 5% de la población mundial, acapara más del 30% de la riqueza del planeta y tiene en su territorio más de cincuenta millones de míseros, el 15% de sus habitantes. Aunque puede dudarse de las cifras oficiales, es posible que la China actual tenga porcentualmente menos gente bajo el nivel de la pobreza con mucho menos de la riqueza universal en su poder. Se entiende que en Rusia es menor a EE. UU. con menos riqueza acumulada. José Saramago, en Cuadernos de Lanzarote, opinó que el mayor desperdicio es el de seres humanos. El hambre y la miseria no se consideran pestes porque no nos tocan. En Latinoamérica y África las desigualdades son abismales. Es útil leer los capítulos fundamentales de El Capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty. Con la pandemia los multimillonarios se han incrementado.

La presión social y la posibilidad de reacciones no pueden detenerse, son insostenibles, y no es posible predecir qué forma tomarán. El COVID 19, aunque aparentemente ha adormecido a la gente y ha disparado fundamentalismos, servirá de percutor. La dinamita está colocada. El letargo pasará y el embrutecimiento colectivo producido por el manejo de la información no será permanente.

¿Hay que crear riqueza para repartirla? ¿Así de simple? Es la versión moderna del rico Epulón, de cuya mesa caen las cosas por inercia. La teoría del goteo. La nueva receta del desarrollo está en los “buenos negocios”, en “crear oportunidades” en fomentar a “emprendedores” sin modificar la sociedad, pues es esta la que debería cambiar para que cambiemos nosotros. Al potencial “emprendedor” se le dice: si lo hice yo porque no puedes hacerlo tú, tú eres mejor que los otros. El filósofo Byung-Chul Han, ya mencionado, los ve como seres “disfrazados de individuos positivos, sonrientes y supermotivados” que buscan el “tener” más que el “ser”. ¡Qué lejos de la realidad del ser humano profundo! En EE. UU los jóvenes leen Zero to One, de un tal Peter Thiel, que hizo millones comenzando de la nada. No es difícil entender que todo ser humano es un emprendedor por naturaleza, un creador, que ha usado su cerebro desarrollado y su portentosa imaginación en usar el fuego, inventar la agricultura, la lengua, el arte, la confección de herramientas, el tratamiento de metales, que inventó la brújula, los números, las maquinarias, que desarrolló la medicina, que descubrió las leyes que rigen el universo, que desarrollo la prodigiosa revolución tecnológica…

La riqueza sobra en el mundo. La miseria y la marginación también. La economía debería ser parte de las ciencias sociales. El PIB nos indica el volumen del pastel. Todo depende de quien reparte, porque podría quedarse con la mayor parte. La idea del “progreso” ya lo analizó Erich Fromm en La revolución de la esperanza. La producción de bienes materiales es un medio, no un fin.

Si analizamos con calma y en profundidad, detrás de la mayoría de los problemas humanos se encuentran razones puramente económicas. Hasta las aspiraciones más elevadas, “espirituales”, si se quiere, místicas, artísticas o de entrega a los demás requieren contar con elementos o bases económicos. Despreciar las riquezas de este mundo y los bienes materiales está en boca de los que no padecen necesidades, tienen la vida asegurada o prometen una vida eterna despreciando lo terreno. Un ejemplo muy simple: bastaría la repatriación de apenas un 20% de los depósitos privados en el exterior para inyectarlos en la economía. El principal dividendo sería la contribución a la paz social y a la propia seguridad individual y familiar.

Con simpleza intelectual se habla del “socialismo” metiendo en la olla de una fanesca indigerible lo que es y lo que no es, sin el menor análisis de la historia de los países, de la geopolítica, sin considerar, por ejemplo, a los socialismos de los países nórdicos, a ciertos aspectos de las naciones europeas como la seguridad social y desconociendo el hecho de que ciertas tendencias se originaron a mediados del siglo XIX. Se pontifica que el Estado debe achicarse, en un mundo donde la mayor parte son fuertes. El Estado fuerte impone la separación entre política y el interés financiero como en su oportunidad se deslindó la política de la religión en occidente.

Saul Bellow, premio Nobel 1976, en la novela Herzog escribió: “El impulso humano hacia el bienestar es uno de los impulsos más fuertes de una sociedad democrática, pero (hay que valorar) el poder destructivo que contiene”. La codicia humana no tiene límite. No se trata tampoco de igualitarismo. Ni Marx sostuvo esa tesis. Todo lo contrario. El objetivo es que cada ser humano pueda realizarse como tal, con independencia del valor de sus posesiones, y para tal objeto se requiere que satisfaga sus necesidades fundamentales. La igualdad está en la desigualdad. “Los hombres se hicieron desiguales no sólo por lo que eran sino por lo que tenían”, escribió Savater en Política para Amador.

A los términos “anti” que indica “oposición”, y “pro” que señala estar “a favor de”, se le han dado valor irracional en la definición política de estos tiempos. Burdo y disparatado, no se oculta la verdadera razón: la lucha por el poder, en nuestro país y en el mundo. ¡Nada más que el poder!  En la escena VII del acto III se lee en el Hamlet de Shakespeare, en palabras del Rey: “La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa atención”. Y una de las armas preferidas del poder es el “miedo”, y este tiene origen en un “enemigo”. Bajo el dogmatismo religioso, proliferaron los enemigos, encabezados por el diablo y el pecado. Luego el laicismo, enemigo del occidente cristiano. Luego la religión falsa del protestantismo. Y así después, desde los sesenta y setenta: comunismo y más comunismo. Y, ahora, el narcotráfico y la narcoguerrilla, cuando para EE.UU, los mayores consumidores de droga, es fundamental para su economía interna y el dominio a nuestros países, mantener el absurdo sistema prohibicionista. No se ha conocido un capo de la droga usamericano sentenciado a prisión perpetua. Todo lo dicho es también parte de quienes mantienen las desigualdades.

Servan-Schereiber, en El Desafío Radical, escribió en la década de los setenta sobre quienes “aún están obsesionados por el ‘peligro comunista’, cómodo pretexto a enarbolar para el mantenimiento de los privilegios (…), y que deberían darse cuenta antes de que sea demasiado tarde”. Han pasado cincuenta años, y “dale la burra al trigo”, como decían las abuelas.

Por otro lado, es errado pensar que la inversión privada y la generación de empleo solucionan los problemas sociales. La capacidad de generación y la creatividad de la empresa privada es insustituible. El empresario es un creador, un emprendedor, como lo es cada trabajador, pero la ecuación no es inversión más empleo igual bienestar, si no se practican otras políticas que son parte de la gestión estatal en una sociedad que busca organizarse mejor. Dependemos también del orden mundial. De este tema trató también J.J. Servan-Schreiber. Inclusive José Mujica piensa que en el mundo actual hay que contar con la iniciativa privada.  

Es posible que yo sea un escéptico o un optimista desengañado, pero estoy convencido de que la utopía, el sueño de algo distinto nos sostiene, sin necesidad de creer en la gloria celestial ni en ningún Mesías. No hay otro camino. Deseo un mundo diferente que no conoceré, pero me siento privilegiado de haber vivido en un siglo de cambios.

Septiembre, 2021

Una respuesta a «Esclavitud y desigualdad»

  1. Gracias, Modesto por enviarme la a ultima publicación. Siempre dignos de reflexión sus aportes conceptuales.
    Un abrazo

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