Hace poco vi un video de un youtuber australiano, titulado «La teoría del caballo salvaje: cómo la creatividad sin rumbo arruina tu vida». Su autor comienza nombrando el caso de uno de mis personajes favoritos de la comedia: Jerry Seinfeld. En su documental Jerry Before Seinfeld, el comediante norteamericano, quien percibe a la creatividad como un caballo salvaje que habita en su cabeza, nos cuenta que para domarlo escribe religiosamente todos sus chistes en pequeñas hojas amarillas antes de almacenarlas en una sola carpeta de acordeón. Esto desafía cierto mito alrededor de ‘los artistas’: la creatividad (y, sobre todo, la libertad creativa) es poco compatible con el orden y la disciplina. Ante el clásico arquetipo del artista atormentado y de vida desordenada, hoy se argumenta cada vez más que el artista que prospera realmente es, en la mayoría de los casos y al igual que ocurre en otras profesiones, quien construye límites, define objetivos claros y posee la capacidad de llevar a cabo pequeñas acciones importantes de forma consistente y delimitada.
Ese caballo salvaje de la creatividad es, indudablemente, una fuerza poderosa. Sin embargo, para liberar su potencial hay que guiarlo con mano firme y encaminarlo con propósito. En el mundo del arte y la creatividad, la disciplina se convierte en el puente que conecta las musas con la realidad. Es así como aquella angustia creativa que amenaza con consumir a los artistas encuentra su antídoto en la estructura y el enfoque. La orientación a la acción, esa capacidad de regular las emociones y pensamientos, se vuelve esencial para mantener bajo control a nuestra impetuosa bestia creativa. Los individuos creativos necesitamos canalizar nuestra energía, enfocarla en proyectos específicos y llevar a cabo pequeñas acciones de forma rutinaria que dan forma a las grandes ideas.
Entonces, en lugar de perseguir la libertad creativa y sin restricciones, deberíamos abrazar la concentración y los límites. Hay un principio esencial encapsulado en la Ley de Parkinson: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su finalización”. En otras palabras, cuando tenemos límites de tiempo, recursos y elección somos más propensos a enfocarnos y ser productivos. David Ogilvy lo resumió de manera magistral cuando dijo: “Dame la libertad de un brief ajustado”. Cuando el camino está claro, los creativos podemos liberar nuestra energía fácilmente y pensar de forma mucho más efectiva. La absoluta libertad creativa puede ser contraproducente, mientras que la concentración y la restricción, lejos de sofocar la creatividad, la alimentan, permitiendo que nuestro caballo salvaje galope con dirección y propósito hacia horizontes divisados, pero aún desconocidos.
Lee y conoce a J.M. Naranjo en: www.jmnaranjo.com