Este artículo fue publicado originalmente en el Diario El Comercio (Revista FAMILIA 553, 19-V-1996). Causó algunas protestas de sectores conservadores y presiones al periódico de personas vinculados con la Opus Dei que, en varias cartas a la dirección, criticaron mis afirmaciones. En una de ellas se dijo que es “lamentable que gente culta publique un artículo sobre temas que desconoce”. Opinaron que estoy “animalizando” la sexualidad. Reproduzco el texto porque el tema nunca dejará de estar vigente. El sexo es animal porque somos humanos, animales racionales, y puede ser igualmente místico y profundamente espiritual debido a nuestras estructuras emocionales, culturales y de ética laica y humanista. Siempre he recomendado a hijos y nietos Ética para Amador de Savater y El arte de amar de Fromm, ambos no religiosos.
Merecen ser comentadas las opiniones de un obispo católico perteneciente a la Opus Dei, acerca del control de la natalidad. A la pregunta ¿qué es la sexualidad?, la gente muchas veces duda o responde ambiguamente. No es una casualidad. Se origina, en ocasiones, en deformaciones de criterio provocadas principalmente por cuestiones religiosas. La opinión oficial de la Iglesia es incompatible con la realidad humana y social del mundo actual. La mayoría de los que son o se dicen católicos no creen en ella. Lo que sucede es que si el Vaticano cede se derrumba todo el andamiaje sobre el cual se sostiene la tesis, errada por inhumana y antihistórica, que afirma que el fin primario de las relaciones sexuales es la procreación. Y se tambalea, sobre todo, la estructura ideológica-religiosa que, a través de la sexualidad y del dogma mantiene el control sobre la gente. Porque, en definitiva, las religiones son un producto de la cultura humana, creaciones del mismo hombre y de su angustia por explicaciones últimas sobre la vida y la muerte. De no existir Dios, sería inventado. De modo que, para mantenerse y perdurar, las religiones requieren de métodos políticos, de elementos de poder; en otras palabras, de normas y autoridades que se presentan como representantes o voceros de Dios. Y, cuando lo religioso se une o se funde con el poder civil, el afán de dominio adquiere mayores dimensiones. Piénsese en el universo bíblico de Israel, en el mundo islámico, en la Edad Media. En occidente la Revolución Francesa rompió con ese sistema bicéfalo. Marx cuestionó al “Dios alienante”, a la “religión opio del pueblo”. De allí la guerra a muerte declarada por Roma al marxismo. La Iglesia no miró bien a Freud, por sus consideraciones acerca del inconsciente y la sexualidad.
Debido al inmenso poder que mantiene el Vaticano, acrecentado por las posturas centralistas y excluyentes de Juan Pablo II, es difícil alterar este rígido y estrecho esquema, aunque en la época de Juan XXIII se dieron pasos, hoy sepultados y olvidados, que respondieron a firmes propósitos de cambio. A nivel de los teólogos y doctores en moral, los planteamientos son diferentes. En La rebelión de los teólogos, Pedro Miguel Lamet reproduce y comenta las opiniones de Haring, “reputado como el representante vivo de la Teología Moral más destacada en el mundo”, que piensa que en estas materias es indispensable pasar del legalismo a un estado de conciencia, basado en una consideración global del ser humano. Haring, en la vejez y enfermo de cáncer, ha abogado por una sexualidad antropológica. La obra mencionada se refiere a otro teólogo importante, Curran, y a René Simon que enseña en el Instituto Católico de París. ¿Qué piensa ahora el episcopado francés? ¿Qué piensan doctores en moral, como el sacerdote redentorista Marciano Vidal en El nuevo rostro de la moral, que acusa a la Iglesia de haber asumido una posición patológica y enfermiza ante la sexualidad? ¿Qué piensan los obispos e infinidad de sacerdotes en Europa y Estados Unidos? Haring propuso “una consulta mundial interna (…) para conocer cuántos católicos, fieles, profesores de teología, confesores y obispos consideran que el uso del anticonceptivo es pecado”. La mayor parte de los creyentes actúan de acuerdo a su conciencia o con la venia de un sacerdote que resultaría contraria a los preceptos oficiales.
La punta del ovillo está en qué entendemos por sexualidad. Si tomamos en cuenta al ser humano desde un punto de vista globalizado, totalizador, las conclusiones son muy diferentes. La sexualidad es una fuerza fundamentalmente síquica que permite relacionarlos los unos con los otros, que nos recuerda que estamos vivos. Este es su fin primario. Los órganos sexuales y las zonas sensibles a lo largo del cuerpo nos permiten la relación de pareja en la forma más profunda que puede darse, con el empuje y el aliciente del placer, de la satisfacción. Una madre que espera nueve meses a su hijo, lo amamanta o lo acaricia, le está enseñando sexualidad. Los matrimonios, al dormir juntos, están ejerciendo una rutina propia de seres sexuales. Abrazamos a nuestros hijos y a nuestros amigos porque somos seres sexuales. Besamos a nuestras novias o tomamos sus manos por la misma razón. Al saludar, aun con desconocidos, apretamos sus manos, nos tocamos. Hay que entender que la sexualidad va mucho más allá de los órganos sexuales, los cuales están, por otra parte, controlados por el cerebro y nuestra psiquis. La sexualidad es una fuerza espiritual que debe ser rescatada; la manifestación más honda de nuestra intimidad; aquello que nos hace “nosotros” y nos permite reconocer y reconocernos en “los otros”. “Ser humano (…) consiste principalmente en tener relaciones con otros seres humanos”, escribe Fernando Savater. “La sexualidad es la respuesta a la muerte”, opina Octavio Paz, una expresión de vida. Por eso, “post coitum omne animal triste”.
Los autoritarismos reprimen las ideas y el pensamiento, la opinión y el derecho a disentir, o desconocen derechos fundamentales del ser humano, como el derecho a la intimidad y a la privacidad, como en el caso del autoritarismo de los medios. La Opus Dei considera que la sexualidad no pasa de ser un impulso gregario, necesario para mantener la especie, inferior inclusive a la necesidad de alimentarse. Léase nada más en la máxima 28 estas palabras: “Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo de la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares”. Para Escrivá engendrar es un acto instintivo y animal, en el cual la “especie” prima sobre el “individuo”.