Modesto Ponce Maldonado
Kazuo Ishiguro es un escritor inglés de origen japonés, nacido en Nagasaki en 1954. Su familia se trasladó a Inglaterra cuando él tenía 5 años. Regresó a su país natal a los 35. Está considerado como uno de los más grandes escritores contemporáneos. Originalmente pensó dedicarse a la música y otras actividades, pero al fin tomó el rumbo de la literatura. Tiene licenciatura en inglés y filosofía y luego un masterado en Escritura Creativa. Ciudadano británico en 1983.
Desde sus primeras obras fue merecedor de galardones y premios. En 1983 estuvo en la lista de los mejores novelistas británicos jóvenes. En 1995 le otorgaron un título especial por servicios a la literatura en Gran Bretaña. En 2008 estuvo considerado como uno de los mejores novelistas de las últimas décadas. En 2017 ganó el Nobel de Literatura y en 2018 la Orden del Sol Naciente. Es recomendable analizar su trayectoria. Un artista del mundo flotante cuenta la historia de un artista y sus angustias a raíz de la terminación de la segunda guerra, el cambio de un mundo flotante a otro también ingrávido. He leído también Pálida luz en las colinas, situada en la posguerra, sobre la extraña relación de dos amigas dentro de las ambivalencias de la época. La madre de Ishiguro estuvo en el bombardeo de Nagasaki. Conozco también Los restos del día, una “novela perfecta de luces y claroscuros, de máscaras que apenas se deslizan…”, situada en 1956, en Inglaterra. Una obra maestra. Fue llevada al cine en forma impecable con el título Lo que queda del día, con los actores Anthony Hopkins y Emma Thompson. Fue candidatizada al Oscar y Hopkins lo obtuvo como el mejor actor. Otras obras esperan por ser leídas en mi Kindle. Por lo que entiendo, Nunca me abandones es una de la más reconocidas y fue designada entre las 100 mejores del siglo en Inglaterra. También fue llevada al cine. La ultima publicada lleva el título de Klara y el sol.
Los inconsolables (Anagrama, 568 págs.), presentada en 1997, fue su primera obra de gran formato después de seis años de silencio. Murakami, el gran maestro, ha calificado a Ishiguro como “uno de los más grandes escritores contemporáneos”. “Un novelista realmente impresionante” para Julian Barnes. La Academia Sueca, al otorgarle el Nobel, lo calificó como “un autor de enorme integridad”. Al terminar el largo, sinuoso y más que sorprendente recorrido por la novela, descubrí que el título no puede ser más apropiado: nadie obtiene lo que desea, busca o espera. La angustia soterrada de los últimos capítulos, cuando todas las puertas se cierran y se terminan los sueños, las esperas por algo que vendrá y nunca llegó, la ilusión de lo prometido que jamás se cumplirá, la evidencia de una vida “circular” que no para de dar vueltas como una noria. La realidad del desconsuelo para los inconsolables humanos. Y no solamente son las vidas y los personajes que van y vienen sin sentido; son las sociedades, todo un pueblo, una ciudad que, sin duda, representa al mundo, que no para de ir a ninguna parte y, si alguna vez llega, es solamente para volver a comenzar la rueda. La misma novela, en alguna forma, nos confunde desde un principio, pero no podemos dejar de seguir leyéndola, no podemos desprendernos, dependientes de ella, hasta que lentamente vamos metiéndonos dentro de ese mundo hasta asimilarlo plenamente. Y, al entender el universo de Ishiguro, quizás también aceptamos en alguna forma nuestra vida social e individual. Es la distopía la que rige las reglas de la novela.
Se trata de una novela de la cual no se pueden dar pistas ni resúmenes. Hay que leerla o no. La capacidad de símbolos es asombrosa, como desconcertantes son las técnicas literarias utilizadas, la ruptura, no solo de tiempos en ciertos casos, sino la mezcla de esos mismos tiempos, distantes y ajenos, en el mismo escenario, la cercanía física de ciertos personajes que están y no están en el lugar, o la quiebra de esferas y lugares narrativos en función de los mensajes que se encuentran detrás o, quizás, de un único mensaje: el absurdo. La discontinuidad de lo narrado, la inverosimilitud de los personales, tan reales y tan “nosotros” si nos consideramos como un todo actuante, viviente, sobreviviente, soñador, polifacético, sufriente y, sobre todo, esperanzado. En la contraportada de la edición se lee: “es exactamente aquello a lo que aspiraba (el autor), una obra inclasificable, enigmática, de un discurrir fascinante…”. Ha sido definida como una obra “perfectamente lúcida y completamente opaca”. Críticos han evocado a los cuatro tomos de El hombre sin atributos de Musil. Por mi parte he pensado en el Ulises, en En busca del tiempo perdido y aun en Hermann Broch y sus tres tomos de Los sonámbulos. Es la densidad, la hondura, la dimensión, los contenidos…
La novela extrema las técnicas literarias y el manejo de la estructura. Existe, por ejemplo, un personaje que es, a su vez, un narrador omnisciente. Diálogos que se superponen, situaciones absurdas que adquieren sentido, escenas (que las tengo identificadas), donde las “realidades” se confunden o contradicen. La “realidad” novelesca se entremezcla y se descompone con las fantasías, las eventualidades, las posibilidades y hasta con hechos que sucedieron o pudieron haber sucedido años antes. Hay que leer la novela. Y hay que leerla hasta las últimas páginas donde se encuentra el campo abierto, si cabe el término, donde los interrogantes, laberintos y vericuetos de la lectura y de cada uno de los personajes se explican. Donde se aclaran y se acercan a nosotros, que somos seres como ellos, el misterio, el drama, la complejidad y hasta la locura de esos mismos personajes. La locura, ante todo, de un mundo esquizofrénico.
Septiembre, 2022