¿Qué piensa el santo Escrivá de la ternura? Ternura es acariciar a un niño, abrazar a los padres o a un amigo, besar a una hija, hacer el amor, besar a la novia, apretar una mano, pero él advierte sobre los “derroches de ternura”. ¡Caridad sí, no ternura!, proclama. “Siete cerrojos” necesita el corazón, ya que “más de una vez quedó flotando…la nubecilla de la duda… ¿no habré ido demasiado lejos en mis manifestaciones exteriores de afecto?” (161, 188). “No me saques las cosas de quicio (…) ¿a qué ese apego a las criaturas?” (157).
Respecto al tema de la mujer, Escrivá diluye su pensamiento y hasta hace un par de bromas de mal gusto (360). La “perla” es la máxima 946: “ellas no hace falta que sean sabias; basta que sean discretas…”, ya que los hombres, a más de sabios, “habéis de ser espirituales, unidos al Señor por la oración, etcétera.” La mujer o los hijos no hacen falta ni como “anticipos” de la gloria eterna. Cuando cita a la mujer lo hace después de mencionar al hombre (379), o en situación de inferioridad (980), o en forma despectiva (156, 164, 165), salvo cuando habla de la Virgen católica. En forma directa, como persona humana o como compañera no existe referencia, ¡menos una sobre la igualdad de derechos con el hombre! No valora al hogar ni da importancia a la familia. Sin duda, Escrivá sentía desprecio por el ser humano, que se acrecentaba en el caso de la mujer. Es casi imposible entender cómo una mujer puede adherirse a la organización, cuando Escrivá cree que su mayor cualidad debe ser mantener la boca cerrada, puesto que únicamente los varones pueden ser “sabios”; ni con qué cara puede ver un miembro de la institución a su mujer, a su madre o a su hija. Es evidente que él mismo se haya despreciado. Debe haber tenido razones muy profundas nacidas de experiencias en su adolescencia o juventud. Un estudiante de psicología lo detectaría de inmediato. “Si te conocieras, te gozarías en el desprecio” (595). Él mismo usaba y recomendaba usar cilicios y otras formas de autocastigo. La expiación era otra de sus normas (82, 210), y hasta el uso diario del ¡agua bendita! (572), que según él espanta al diablo. Dicen que se confesaba semanalmente. ¿Qué le atormentaba a este hombre tan tortuoso?
No existen en el santo Josemaría referencias a los grandes problemas de la humanidad: desigualdad, miseria, injusticia, hambre, enfermedades, daños ecológicos, falta de solidaridad, odio, armamentismo, etcétera. ¡No hay una sola mención a los derechos humano! Al contrario, Escrivá pregunta: “¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?” (46), pero no explica qué significa “tal como le entienden”. Cuando utiliza la palabra “prójimo” silencia el sentido del término o lo usa sólo referencialmente (8 y 20). Al hablar de la amistad, uno de los sentimientos más hermosos del ser humano, advierte que “los amigos a veces traicionan” (88). ¡Nadie se casa para divorciarse ni hace amigos para traicionarse! Carece de una actitud ante la justicia social. Se limita a hacer una exclamación negativa: “¡Cuántos crímenes se cometen a nombre de la justicia!” (400). Justifica la guerra: “La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es la consecuencia de la victoria” (308), aunque lo asimila a la “lucha interior”, que sería una verdadera “táctica militar”. “La guerra tiene una finalidad sobrenatural… La guerra es el obstáculo máximo del camino fácil. Pero tendremos, al final, que amarla, como el religioso debe amar a sus disciplinas” (311). La Opus nació y se desarrolló bajo el franquismo después de la guerra civil española. No en vano emplea, por lo menos diez veces, el término “caudillo”. Constantemente habla de los “enemigos”, sin especificarlos ni identificarlos claramente: “sembradores impuros del odio” (1), “el infame” (6), “perros que te ladren” (14), “enemigos de Dios” (35), “instrumento traidor del enemigo” (49), “demonio” (149), “tú mismo” (225), “tu cuerpo es tu enemigo” (227), “actividades diabólicas” (750), “malditas sociedades secretas” (833) “servir de altavoz al enemigo” (836).
Cree que “los tesoros del hombre en la tierra… para que no los desprecies”, son: “hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel…” (194). Nada de eso le importa al ahora santo: “sólo hay un mal que habrás de temer y evitar con la gracia divina: el pecado” (386), que por cierto tampoco lo define. Según Escrivá los infelices que mueren de hambre en África, los desnutridos de América Latina y las víctimas de la violencia y de la represión, de la desigualdad más extrema, son “tesoros del hombre en la tierra”. Al contrario, Escrivá critica a quienes comen demasiado y ni siquiera menciona a quienes padecen hambre (38, 126, 680). No se lo ve muy delgado al santo en las fotografías. A propósito, ¿conoce usted, lector, a un miembro de la Opus Dei que “atesore” estas maravillas? Por supuesto que no. Basta leer la máxima 63 para comprobar que esos “tesoros” son muy diferentes. En esta máxima, la Opus está pintada de cuerpo entero: sus clientes más apetecidos están en las clases altas y adineradas y, en todo caso, bien preparadas y capaces, asunto que en sí no es criticable, si no excluyeran de hecho a obreros, trabajadores, informales. Nunca se ha visto a un cura de la Opus con los pobres, en un barrio marginal, con los indígenas o denunciando injusticias o atropellos. El espectáculo montado para la canonización costó un millón de euros. El mensaje político-partidista también está presente: ¡para CAMINO la derecha es buena y la izquierda es mala! (838). ¡Sin definirlas y sin ningún análisis! ¡Llega a sostener la estupidez de que la ciencia debe defender “en todos los terrenos” a la Fe y a la Iglesia (338)! Escrivá ha propuesto entonces retroceder al siglo XVII, cuando Galileo fue condenado por hereje al sostener que la tierra giraba alrededor del sol, como fue estigmatizado también Giordano Bruno. En los siglos XV y XVII no había diferencia entre medicina y religión (los enfermos o anormales eran seres dominados por el demonio) y tampoco entre ciencia y fe.
Resulta muy curiosa y más que sospechosa, digna de un estudio psicoanalítico profundo, la persistente mención que hace el marqués a la “virilidad” o a la calidad de “varón”, en el sentido de “masculinidad” (888, 883, 877, 615, 574, 216, 144, 51, 50). Una muestra está en la máxima 124: …entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”. El lujurioso no sería viril. ¿Quién entiende? Quien no es como él propone, “no es varón”. Lo contrario de ser varón serían “los meneos y carantoñas de mujerzuela o de chiquillo” (3) o ser “curioso, preguntón, oliscón, ventanero”. “¿No te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco varón?”. ¿Diríamos esto a nuestros hijos? “Sé recio, sé viril, sé hombre, y después… sé ángel” (22). ¿No sería mejor ser solamente hombres? ¿Jesús qué fue: ángel, varón u hombre? Un homosexual qué es: ¿ángel, varón, o simplemente hombre? ¿Qué es un desamparado, un mendigo, un obrero que ha perdido el trabajo? ¿Y las mujeres? Están excluidas, siendo generalmente más valerosas que nosotros, del equivalente a esa cualidad “masculina”. Un dato curioso: tanto en la 164 como en la 877 relaciona “virilidad” con “normalidad”; el término “varonil” está en muchas páginas de CAMINO, pero no dice absolutamente nada sobre qué entiende por “anormalidad”. El hombre “no varonil” sería el afeminado. ¿Cuál sería el “anormal”? ¿Por qué le preocupa tanto? ¿Por qué es tan reiterativo e insistente? Tan confuso, sobre todo… ¿Por qué insulta al varón con términos aplicables a lo que puede asimilarse como propias del género femenino? Mi hipótesis es que Escrivá acaso tuvo una fuerte inclinación hacia cierto tipo de jóvenes. La aversión al sexo no tiene otra explicación razonable, extendida a la mujer, al matrimonio. El simplemente tocarse entre dos seres humanos lo resultaba desagradable. Lo sucedido en la Iglesia Católica y en infinidad de colegios con alumnos abusados por curas me exime de comentarios. Juan Pablo II fue el gran ocultador de estos crímenes. Lo que sucede es que estas prácticas, para la Iglesia, son “pecados” y no “delitos”. ¡Y el pecador puede volver al redil con el arrepentimiento! ¿Cómo habría reaccionado Escrivá al pensar en una pareja (sus padres, por ejemplo) que se ama al momento de la relación, con toda la pasión que el acto amoroso contiene, gozando mutuamente de sus cuerpos, uniendo sus almas, con todas las posibilidades de placer que esos mismos cuerpos permiten (creados por al Altísimo y hechos a semejanza de Dios, según se ha dicho)? Seguramente a él le trajo la cigüeña.
Escrivá fue un machista consumado, un misógamo, pero, sobre todo, un individuo de estructura ambigua y soterrada, aunque tremendamente hábil, inteligente y carismático. Fue María Magdalena, y no los doce apóstoles, quien estuvo con Jesús en la cruz. Una mujer que amó mucho según el Evangelio. Escrivá la trata con desprecio (527). Entiendo que sólo en el Evangelio según San Juan consta que la madre de Jesús estuvo presente. El santo fue un seguidor de Ignacio de Loyola, éste muy superior al fundador de la Opus Dei. San Ignacio hizo vida mundana antes de su conversión, pero también terminó mirando mal a la mujer. Escrivá lo cita más de una vez y reproduce en sus textos muchas de las virtudes y calidades jesuíticas y cristianas (Ver en DISCRECIÓN y CARIDAD). La Opus tomó de los jesuitas el esquema organizacional. En este campo pudiera criticarse el individualismo de CAMINO y su tendencia aristocratizante (63). Es conocida la guerra a muerte mantenida por Escrivá con los jesuitas. Alguien escribió que La Opus “ganó la batalla por puntos” ante Paulo VI, después de haberla perdido ampliamente ante Juan XXIII.Aconsejamos realizar un simple ejercicio: simular que el autor de CAMINO es un dictador, un tirano, y reemplazar el nombre de Dios por el de un partido en un régimen absolutista. Las conclusiones vendrán solas.
También sugeriríamos al lector buscar en el librito CAMINO referencias sólidas a valores éticos, humanísticos, valederos para todo ser humano y para la vida en sociedad. Escrivá habla de “pecado” y nada más. Consúltese, por ejemplo, en la biblioteca de la Universidad Católica, el sinnúmero de sacerdotes que han escrito y discutido, y con qué profundidad y humanismo, sobre materias de ética y moral. Léase ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo en el fin del milenio, que reproducen cartas entre Umberto Eco y Carlo María Martini, obispo de Milán, que fuera en su tiempo uno de los candidatos a suceder al Papa. Bastan estos medios comparativos para demostrar el tono insulso, mediocre, repetitivo e indigno usado por Escrivá. ¡Al fin, la máxima 385 menciona la cita evangélica del “amaos los unos a los otros”! ¿Qué escribe Escrivá sobre esto? Se limita a decir: “Yo no te digo nada”. ¡Cuando se trata de comentar lo que se considera la esencia del cristianismo, además de ser la característica más hermosa del ser humano, este individuo no dice nada! La ética cristiana y la ética humanística, o la moral laica si se quiere, son el amor, la solidaridad y el respeto al otro. Nada más. Existen, por supuesto, muchísimas personas vinculadas a la Opus Dei que son buenos cristianos, hombres y mujeres rectos, bienintencionados, que han encontrado en la institución una forma de vida respetable, como respetable es el catolicismo, aunque su historia esté plagada de contradicciones, dolor y sangre. El cristianismo tiene dos mil años; el hombre sobre la tierra algunos millones; la Opus Dei algo más de noventa años. Por nuestra parte, creemos que las religiones y tal vez el mismo Dios no son sino obras del ser humano, productos de la cultura humana.
Me ha encantado tu artículo, Modesto! Siempre los leo aunque no deje comentarios.
Extraordinario análisis, trazado con profundidad y brillantez idiomática. Derrumba a ese santo con pies de barro, José Maria Escrivá con sólidos argumentos al poner al descubierto su misoginia, machismo y la estructura “soterrada y ambigua “ que sustenta a su prédica, del todo divorciada de la gran problemática humana.