Con este título, y como Crónicas para el futuro que nos espera y Cómo vivir en un mundo sin rumbo, Eco nos entregó el último de sus libros, una recopilación escogida por él mismo de sus artículos publicados a partir del 2000 (ediciones Lumen 2016). Semiólogo, filósofo y escritor, autor de esa novela magistral que es El nombre de la rosa, murió de un cáncer al páncreas en 2016, a los 84 años. Nació en Alessandria, Italia.
Desde el primer artículo, relacionado con el concepto del “mundo líquido” del pensador polaco-británico Zygmunt Bauman (no he consultado sus obras aún), Eco se dirige a un mundo ciego y cegado, no solamente con total convicción, sino con un grito de advertencia ante la cada vez más cercana hecatombe. “La sociedad misma vive en un proceso continuo de precarización”. Y añade: “Con la crisis del concepto de comunidad (no solo social sino de Estado) rige un individualismo desenfrenado”. Menciona que la “indignación” es general, pero la solución que podría venir del cambio a otro modelo de sociedad o de las revoluciones no es posible, pues se carece de ruta, porque los movimientos sociales “saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren”, y, sobre todo, aunque lo intuyan, desconocen el cómo y hasta el interés, la fe, la ilusión. Carecen del estímulo, del concepto de cambio, de fuerza motora. Estamos avanzando de la estupidez a la idiotización y de la locura a la esquizofrenia. Para muestra basta el botón perdido en el mundo que se llama Ecuador.
Critica a las redes sociales, la preponderancia de la imagen sobre el contenido, de la apariencia sobre el sujeto, la velocidad de la información que, no sólo no nos permite tiempo para evaluarla y digerirla, sino que no sabemos ni de donde viene y qué se propone o qué está detrás del que la comunica. Existimos porque estamos en Facebook, en Instagram y en Tik Tok. “Tuiteo ergo sum”, escribe Eco. Por mi parte, nunca las he usado o seguido y hasta me he liberado de la televisión. Prefiero buscar y saber a quién o qué busco por medios más amplios que no aspiran a encadenarme y que me ofrecen la libertad de pensar, sopesar, aceptar o rechazar. Poco a poco se aprende a detectar la estupidez, la banalidad, la trampa o la estulticia. “¿Quién se responsabiliza por lo que uno mira o lee”?
La pandemia nos aisló por dos años. Retrocedimos al “yo solo en mi cueva” y nos olvidamos de que existen otros, una sociedad, debido al miedo, a la depresión y a los conflictos personales y sociales. La crisis mundial y el enfrentamiento occidente-oriente nos desubicó aún más. Aislados y ante un mundo en crisis, inexplicable y distinto, al que nos enfrentamos al traspasar las puertas de nuestras casas luego de la epidemia, los Poderes, todos los Poderes del universo empezaron a hacer su agosto ante la indefensión y la perplejidad de los seres humanos. La respuesta es el imperio del más extremo individualismo.
“Sabemos muy bien —opina Eco— cómo destruir una ciudad y cómo transportar información a bajo coste, pero todavía ni tenemos ideas precisas sobre cómo conciliar el bien colectivo, el porvenir de los jóvenes, la superpoblación del mundo y la prolongación de la vida”. Eco habla de una “batalla” entre el “gobierno y el internet”, entre al Estado y la Red, en realidad. Perderá el Estado y las consecuencias nos llevarán al caos. “La educación no consiste sólo en transmitir información, sino en enseñar los criterios para su selección”. Caso contrario viene el “desorden mental”. Nos recuerda al personaje borgiano del cuento Funes el memorioso, que recordaba todo pero era un completo idiota por su “incapacidad de seleccionar y desechar”.
En cuanto al celular, habla de un “presencialismo de ojo mecánico” que nos hace “olvidar al día siguiente lo registrado el día antes”. ¿No nos estamos reconociendo, amigos lectores? Si este fenómeno lo trasladamos al manejo de los poderes fácticos y mediáticos ante millones y millones de personas, se están creando “paranoicos sociales” preparados para ver fantasmas y perseguidores. Sucede en el mundo gracias a la guerra entre los buenos y los malos. Sucede en Ecuador gracias a la guerra contra el gran malvado, origen de todos los males. El autor nos recuerda a Hipatia de Alejandría, despedazada por fanáticos cristianos en el siglo IV. Recomendable, sobre la genial filósofa y matemática griega, el filme Agora dirigida por Amenábar. Si casi la mayoría de la gente cree que existe un demonio que nos conduce al mal, piensa Eco, todo es posible en este universo domesticado y esclavizado por la información, sobre todo por los fundamentalismos y por los poderosísimos intereses económicos, “porque el odio por el enemigo une a los pueblos”. Y el “enemigo” imaginado, inventado, inexistente, invisible, es el que mejores resultados produce.
Umberto Eco, en las 493 páginas de la obra, destaca, con su talento universal, algunos aspectos que considero adecuado señalarlos. En 2000 el Papa Ratzinger relata su “visión” del “tercer secreto de Fátima” —por enésima ocasión, pues no se pierden ocasión de proclamar lo que supuestamente vio una niña analfabeta en 1917, año de la revolución comunista, ¡ojo!— . Cada vidente ve lo que quiere ver. Otro tema de gran interés se refiere al escribir sobre las “raíces de Europa”, cuando se trató de buscarlas solamente en el cristianismo para efecto de la Constitución europea. Sobre el punto vale la pena consultar el inicio de la tercera parte de IDEAS, de Peter Watson, cuando se llama a Europa “la gran bisagra de la historia”. En otro de sus comentarios, opina que la civilización de imágenes no puede prescindir de la cultura alfabética, y que “la relación de los seres humanos con las imágenes siempre ha sido bastante tormentosa”. Eco nos vuelve a Platón y escribe: “si las cosas son reproducciones imperfectas de los modelos ideales, las imágenes son imitaciones imperfectas de las cosas, y en consecuencia pálidas imitaciones de segunda mano”.
Defensor del libro impreso, piensa que “los soportes modernos parecen apuntar más a la difusión de la información que a su conservación”, pues, con el vertiginoso ritmo de los cambios, esos soportes electrónicos dejan continuamente de ser útiles, se pueden desmagnetizar por obra de un casi imposible colapso y desaparecen de los discos duros y de la nube. Sin embargo, reconoce que en un disco de 250 gigas ha grabado las obras maestras del pensamiento universal y las usa continuamente por su impresionante facilidad de obtener datos sin moverse del escritorio.
Repasando las últimas páginas releo estos pensamientos: “la historia es lodosa y viscosa… las catástrofes del mañana siempre están madurando”; / “a los ojos de Aristóteles, aquella metáfora anticipada lo que luego diría Brecht: el verdadero crimen no es asaltar un banco sino poseerlo”; / “en un mundo en apariencia dominado por la imagen, se está afirmando una nueva civilización alfabética, pues con un ordenador personal, o sabes leer y escribir o no haces mucho”; / “¿la traca final no la pondrán Bill Gates o Marck Zuckerberg comprando el New York Times?”; “el reaccionario no es pues, un conservador, si acaso es un revolucionarios hacia atrás”.
Algo más, si compra el libro consulte, desde la página 441 —Entre la estupidez y la locura— las más célebres frases del presidente 43 de los EE.UU., George W. Bush, y otras maravillas que terminan con la página final. Comience por allí y se curará de un tajo de una posible estupidez que a todos nos asecha como asaltante nocturno…
Modesto Ponce Maldonado
Febrero, 2023.