Matías Lozada
fuera del pilche
Estimado lector:
No pienses que comentaré sobre el derecho a la intimidad reconocido por la Declaración de los Derechos Humanos y por nuestra Constitución, ni tratar de hacer una exégesis filosófica sobre el tema. Al paso que vamos, en un mundo donde lo privado, no sólo que se invade y se vulnera, sino que se expone y se propaga como una plaga, sin vacuna posible, las declamaciones de tratados internacionales, las regulaciones jurídicas o las opiniones de pensadores van por el camino de convertirse en papel quemado. Cada cual que haga lo suyo, y si a ti no te inmuta participar, activa o pasivamente, en el cotidiano espectáculo ofrecido por el omnipresente internet y ciertas redes sociales —algunas de ellas, que no se venden y mantienen criterios humanistas, reciban nuestra bendición y abrazo— el Facebook, el Instagram y más yerbas, es asunto que no me concierne, aunque me preocupe que continuamente millones de seres humanos, entre los cuales aspiro que no te encuentres, se introduzcan ciegamente en la feria que está banalizando y destruyendo el ser interior de los seres humanos. La desnudez exterior es, en definitiva, asunto cultural, hasta tal punto que, aunque estéticamente sea agradable, me es indiferente el desfile en la playa de mujeres hermosas con escasos paños. Prefiero admirar y sentir atracción por una que lleve su ropa con gracia, garbo y elegancia.
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