La Opus Dei en su salsa: intento de análisis semántico del libro ‘Camino’ * (Parte 1 de 3)

“La diferencia entre el fariseo y el santo es sobre todo ésta: el fariseo es amplio consigo mismo y estrecho con los demás; quiere obligar a todo el mundo a ir al cielo”.
– Obispo Helder Cámara

“…porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad”.
– Humberto Eco. El nombre de la rosa

“…la dictadura chilena se convirtió en un experimento de un nuevo diseño de sociedad basado entre la alianza entre el poder militar y una tecnocracia neoliberal laica o asociada al Opus Dei…”.
– Manuel Vásquez Montalbán. Marcos, el señor de los espejos.

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‘Hombre Lunar’, el primer libro de J.M. Naranjo

Hombre Lunar (ficciones y reflexiones):

El primer libro de J.M. Naranjo, ‘Hombre Lunar’, en formato Kindle.

Hombre Lunar integra realidades y ficciones. Un libro breve que recopila relatos, versos y comentarios ‘psicosocioreflexivos’ de J.M. Naranjo: un humano de 24 años. Sus relatos y versos –las ficciones– giran en torno a la impredecibilidad de la vida en cada una de sus etapas y a aquella capacidad curiosa, necesaria y profundamente humana de complementar realidades despiadadas con sueños sublimes, con mundos paralelos. En el plano de ‘lo real’, de la famosa no ficción, el autor tiene mucho que decir como jóven psicólogo y pensador del siglo XXI. Extraídas de su blog y reeditadas para este libro, aquellas reflexiones son como terremotos breves.

… es pura coincidencia

¡El que pueda entender, que entienda!
Mateo 19,3-12

Años después de la muerte de José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, como hojas sueltas que quedaron olvidadas por sus famosos Cuadernos de Lanzarote, se ha publicado El Cuaderno, donde aparecen algunos comentarios sobre los problemas del mundo y su visión profunda y humanista. Reproducimos el titulado GEORGE BUSH, O LA EDAD DE LA MENTIRA:
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Historias clínicas

PACIENTE 1

El caballero, de sesenta años, sufre de un mal terminal. Le queda poco. Ha ingresado a emergencias al Hospital Central. Será atendido por la seguridad social. Constatan su extrema debilidad, apenas habla y se resiste a comer. Es asistido con oxígeno, pero sus síntomas vitales —saturación, ritmo cardiaco, presión sanguínea— se mantienen normales. Comienzan a inyectarle morfina para controlar el dolor. Cualquier esfuerzo para prolongar sus días por una o dos semanas más, no tendría sentido. El hombre sufre y desea terminar. La filosofía del hospital es muy clara: ante lo irremediable hay que mitigar el dolor, facilitar la compañía y la despedida de los seres amados. No más. Reducir los sufrimientos, sí; tratar de prolongar la vida, no. La naturaleza actuará sola. El hospital y las habitaciones generalmente están saturadas: hay madres que esperan ser operadas, niños con problemas, tratamientos inaplazables. ¿Es justo, es ético, que quien no tiene solución de vida posible, ocupe el espacio, los recursos y el trabajo del personal médico a los que pueden y deben vivir? Ante lo ineludible, y más aún en caso de insoportables dolores o asfixias que no pueden remediarse, es práctica general la sedación total que, en horas, produce la muerte por infarto. Una eutanasia indirecta, sin duda. La diferencia con la directa no es más que la dosis y el tiempo entre la inyección y el fin.  El caballero de sesenta años lentamente y con calma se aleja de la vida y fallece en pocas horas, acompañado de los seres que ama. En realidad, una metástasis generalizada y virulenta, iniciada pocas semanas antes, acabó con él. Como beneficiario de los sistemas médicos públicos, no hubo costo alguno. La cremación y entierro estaban incluidos.

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La ficción: una verdad absoluta

Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos – ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros – quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar – tramposamente – ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo.

Mario Vargas Llosa – La verdad de las mentiras
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